La hipocresía es otra de las virtudes de muchos “medias tintas”.
Cuando arremete el crimen organizado con toda su fuerza demencial, que mata hasta por un si acaso; o se culpa al destino si, justo, alguien pasó por allí cuando un desalmado activó el gatillo o lanzó la bomba, quienes ayer exigían al Estado actuar con mano dura o pedían al Presidente Noboa “ponerse los pantalones”, ahora se rasgan los tirantes, se sacan las espuelas y se mascan la lengua, tras aprobarse de la Ley de Inteligencia, Orgánica, además.
En un país de inteligentes, no todos por supuesto, no ha habido una Ley de Inteligencia, capaz de anticiparse al cometimiento del crimen, del asalto, de la explosión menos pensada; de rastrear a campaneros, suplefaltas, testaferros, de chasquis para traficar armas, dinamita, combustibles, y hasta de tinterillos y operadores en las funciones del Estado.
Ahora dicen que con esa Ley la democracia está en riesgo, las libertades penden de un hilo, que vamos directo al despotismo, al autoritarismo, que seremos espiados hasta por el ojo de un alfiler, que muchos pagaremos “justos por pecadores”, que se nos viene un Bukele, un doctor Montesinos, un Diosdado; que se les cae la noche para algunos mal llamados líderes, pobrecitos ellos tan santos y pulcros.
Ellos querrán que al crimen organizado se le enfrente leyéndole el Santo Rosario mas todos sus derechos, rogándole como se ruega a un suicida cuando está en la baranda del puente, o que la Policía siga llegando cuando haya asesinado o ya explotaron las bombas y solo “para acordonar el área” y contar los “indicios balísticos”; o cuando ha lavado el dinero, ha mutado a movimiento político o aspira a concursar para ser el nuevo fiscal general.
Tampoco en función de esa Ley, el Estado podrá aplicar la sentencia del “Gordo” Torbay, “al pavo hay que matarle en la víspera”, o creer que “muerto el perro, muerta la rabia”; peor para perseguir opositores y críticos.
Su aplicación será como de una alta cirugía al cerebro: llegar únicamente al tumor maligno, aquel que está matando a la República, torciendo la vida a tanto menor de edad.
Un delicado bisturí en manos de Noboa, cuyos ejecutores deberán ser más inteligentes que la misma Ley de Inteligencia.
Es momento de pararle en seco al crimen organizado. No acabará, pero hay que combatirlo con firmeza, con dureza, con algún sacrificio. Cero romanticismos; tampoco extremismos.
Ah, pero dependerá de la resolución de nueve jueces constitucionales. Las demandas de inconstitucionalidad deben estar macerándose.