En tiempos de democracias líquidas, como las llama Zygmunt Bauman, el respaldo ciudadano a las autoridades dura lo que un “like” en redes sociales. La volatilidad del apoyo presidencial es evidente en los últimos datos de la encuesta CIEES, que muestran un descenso preocupante en la aprobación del presidente Daniel Noboa: del 59,5% a mediados de mayo, al 45% en junio. Es decir, una pérdida de 14 puntos en apenas un mes, que lo regresan a los niveles previos a su reelección.
¿Qué explica esta caída tan pronunciada en tan corto tiempo? La respuesta parece clara: la percepción de inseguridad. Según el mismo estudio, siete de cada diez ecuatorianos consideran que la situación delictiva ha empeorado. Y aunque la ciudadanía reconoce que la inseguridad es un problema estructural, cuya solución exige tiempo, también le exige al Gobierno señales claras de gestión y eficacia. No basta con promesas ni con decretos. Se necesitan resultados tangibles.
La narrativa oficial, que ha centrado sus esfuerzos comunicacionales en la seguridad como eje de gobierno, comienza a erosionarse frente a la realidad cotidiana de los ciudadanos. A pesar de haber obtenido las herramientas legales que solicitó —el aumento del IVA, el respaldo a la consulta popular, nuevas leyes para enfrentar el crimen organizado—, el Ejecutivo no ha logrado traducir esos instrumentos en cambios visibles para la población.
De hecho, Ecuador destina hoy un gasto en seguridad y defensa entre los más altos de la región en proporción a su PIB per cápita. Sin embargo, esta inversión no se refleja aún en una mejora en la calidad de vida ni en la percepción de control del territorio. El relato oficial pierde fuerza cuando la estadística y la experiencia diaria no se alinean.
La opinión pública es cada vez más exigente y menos paciente. La aprobación, como capital político, se desgasta rápidamente si no se alimenta de resultados concretos. Por eso, más allá de los eslóganes y las campañas, el desafío del Gobierno es reconstruir credibilidad a través de la gestión efectiva. Porque en una democracia emocional como la ecuatoriana, el respaldo se gana con hechos, no solo con intenciones. (O)