El león herido

Jorge Durán Figueroa

El león está herido. Lo está desde hacía varios años. Desde que se fue a tiempo para evitar ser enjaulado. Está en otra selva. Desde aquí otea, ruge, olfatea y manda a sus manadas.

Ha envejecido. De su melena apenas le quedan cuatro pelos. Cómo se le han multiplicado las arrugas. Son verdaderos surcos sus pliegues naso labiales. Se le han achinado sus ojos. A ratos intenta ensayar su hiénica sonrisa. Sus colmillos lucen careados. No por ello son mortales, y más con sus cachorros débiles. Sus garras ya no agarran del todo. Su cola, menos copiosa, apenas ventea. Por eso las moscas le bailan en el hocico, sacándole de quicio con facilidad. Su rugido, otrora poderoso, amenazante, malévolo, suficiente para obligar a sus críos a arrodillarse o a querer aplastarlos, se oye medio apagado, ni se diga para advertir a los que intentan despojarle de su reinado o quitarle sus leonas o sus leonos, porque es de aquí y de allá también.

Sabe que está herido, pero cree que sigue siendo el rey, el rey de sus manadas fieles, sumisas, sin cuya bendición no son nada ni nadie. Él, con su orina azufrónica, les marcó su territorio. Ninguno puede rugirle viéndole a los ojos.

Los machos o hembras que lograron cierto poder en parcelas de ese territorio, saben que le deben semejante dicha. Deben cuidar esos espacios a muerte. Guiarse por sus regidos, replicarlos, caerles encima a cualquier otro depredador que intente horadar ese suelo ganado hasta con malas mañas.

Qué no ha hecho para reconquistar el reinado en la totalidad de la selva donde tiene sus parcelas. Es su sueño. También su desgracia. El primer escogido, con el cual correinó antes, le cayó encima y comenzó su calvario. Apuntó a otro, pero tan leoncete resultó que terminó tragado hasta por inofensivos conejos. Apostó por una leona más obediente, dispuesta a replicar hasta sus enojos; pero su aspiración ha sido derrotada porque le cayó encima la fauna de otras especies.

Algunos leones y leonas con cierto poder en sus parcelas, si bien lamiéndole el lomo, le han dicho que es hora de redireccionar el mando en la manada porque se desbanda. Cada cual quiere rugir por cuenta propia.

El león herido, herido en su orgullo, les ha dado un zarpazo en los hocicos, y fin del cuento. Andan con los rabos entre las patas y sangrando. El gran felino no volverá a escogerles para que intenten seguir en sus chicos reinados. Los condenará al ostracismo. Será el precio a pagar por su osadía.

P.D. Cualquier parecido de este relato faunesco con la política será pura coincidencia. (O)

Lcdo. Jorge Durán

Periodista, especializado en Investigación exeditor general de Diario El Mercurio

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