Volver a mirarnos a los ojos

Caroline Avila Nieto

Hace unos días, vi en televisión a un joven emprendedor invitar a una “topada”, como llaman en su comunidad a un encuentro presencial en su cafetería especializada en juegos de mesa. Brandon presentaba un argumento sencillo, pero profundamente potente: necesitamos desconectarnos de las redes para volver a conectarnos entre nosotros, cara a cara, compartiendo ese espacio físico que lo virtual nos ha ido quitando.

Las redes sociales han servido de refugio cómodo para las relaciones humanas. Aunque es cierto que permiten la creación de capital social —la posibilidad de usar vínculos personales para construir causas comunes—, también han promovido una forma de activismo cómodo y distante. Lo que antes se gritaba en plazas, hoy se susurra entre posteos. Publicamos sin importar a quién afecta lo que decimos, porque ya no importa si alguien escucha, ni si alguien se ofende: el individuo ha reemplazado al colectivo, y la reacción ha sustituido al diálogo.

Ese individualismo, exacerbado por la lógica digital, ha erosionado nuestra sensibilidad social. Se ha vuelto común ver cómo tragedias ajenas se consumen como entretenimiento: tiroteos, guerras, masacres y violencia normalizada por imágenes y sonidos que imitan una serie de Netflix. El resultado es una pérdida de memoria colectiva, de esa conciencia compartida que antes nos movilizaba. Ya no duele lo que no me toca: si no es mi calle, mi familia, mi derecho… entonces no me importa.

En esa anestesia emocional se explica cómo puede pasar desapercibida —o incluso justificada— la pérdida de cinco mil empleos públicos, ejecutada con criterios más políticos que técnicos. También se explican las acusaciones contra la Corte Constitucional, convertida ahora en enemigo público por hacer su trabajo: proteger derechos. Marchar contra quienes garantizan el debido proceso y la independencia judicial es una señal alarmante de lo lejos que hemos llegado en la deshumanización del otro. Pero claro, si no es mi trabajo, ni mi derecho, ni mi juez… ¿por qué me habría de importar?

Por eso necesitamos volver a mirarnos a los ojos. Sentarnos alrededor de una mesa, tomarnos un café, una guayusa, lanzar unos dados, jugar unas cartas. Contarnos historias. Volver a conversar. Porque solo el encuentro presencial puede devolvernos lo que el algoritmo nos quitó: la empatía, la ternura, la conciencia de que el dolor del otro también me pertenece. (O)

@avilanieto

Dra. Caroline Ávila

Académica. Doctora en Comunicación. Especialista en Comunicación Estratégica y Política con énfasis en Comunicación gubernamental. Analista académica, política y comunicacional a nivel nacional e internacional.

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