Transcribo renglones recibidos hace un par de meses. Sus ideas no caducan con el tiempo. He modificado en parte, de tal suerte que los conceptos no pierdan su autenticidad.
“Probablemente esta sea la última generación que valió la pena y te preguntarás: ¿por qué? Fuimos la última generación que nos criaron a la antigua, nacimos entre 1950 y 1990 y éramos de otro planeta: crecimos obedeciendo a nuestros padres, respetando a los abuelos, pidiendo la bendición. Somos esa generación que creció jugando en la calle, que se raspaba las rodillas, que se mojaba con la lluvia. Nos enseñaron: o estudias o trabajas, ser vagos era una deshonra. Muchos no terminamos la escuela, pero salimos educados. El trabajo no esperaba, la vida no perdonaba y nosotros respondíamos con valores que no se enseñan en libros: nos inculcaron que a las mujeres no se les maltrata ni con el pétalo de una rosa. Fuimos la última generación que sabia vivir sin depender de una pantalla y de eso estamos orgullosos. Fuimos diferentes”.
Yo nací en 1935, al igual que Julio Jaramillo y tantos otros. Cuando abrimos los ojos a un mundo responsable los cánones descritos en el párrafo anterior eran iguales o muy parecidos. Respetábamos a los mayores por serlo, no por su cargo, su dinero, afinidad o parentesco. Quienes nacimos en pueblitos en formación o en el campo conocemos el lodo porque lo pisamos y sabemos de lluvias y tempestades porque nuestras espaldas las cargaron; tuvimos la suerte de ver crecer las hortalizas en el huerto, de acompañarnos de perros cazadores en el trayecto y de tomar leche recién ordeñada. Fue otra época, fueron tiempos repletos de carencias materiales y llenos de amor, consideración y respeto.
¿Qué nos pasó luego, quienes hurtaron las riquezas descritas, quizá fueron frágiles los cimientos para que todo se veniera abajo? Me viene a la mente “i corsi e ricorsi della storia” de Giambattista Eco. Estamos tocando fondo en el descenso de comportamientos humanos, en Ecuador y en el planeta. Quizá, un buen día, de las cenizas renacerán pueblos con ganas de vivir y de respetar la vida de sus congéneres, Deo favente.
Quienes tenemos aún prendida la llama de la fe no permitamos que nos la apaguen; prendamos con ellas otras fuentes de luz y valor para reavivar a nuestro Ecuador, con fe y alegría. (O)