Minuto 83, 0 – 2 en el Rodrigo Paz, el Cuenquita revalidaba la etiqueta de bestia negra de Liga, el cuadro visitante que más veces ha ganado en la “Casa Blanca” lo hacía una vez más; dos semanas después, en el Estadio Monumental, el Macará de Ambato llegaba al minuto 83 con un 2 – 0 sobre el Barcelona.
El Rodrigo Paz se vuelve una caldera, desde cada grada el aliento se gasta y empuja, el hincha no renuncia a creer y le exige al equipo ir adelante una vez más, aunque sea por la del descuento, y el descuento cae, entonces el equipo se prende al ritmo de la grada y busca, al menos, una más, la última; o hasta la última; y, en el último minuto del tiempo añadido, en la última jugada del partido: GOL, empate, no se rinde, no se renuncia, no se entrega la casa.
El Monumental también se vuelve una caldera con el marcador encima, el hincha se prende, pero se prende en ira, indignación e impotencia, lanza lo que viene a mano a la cancha, arremete contra sus jugadores, le pide al árbitro que pare la vergüenza y, poco a poco, empieza a abandonar el estadio. No hubo gol, no hubo empate, no hubo reacción…
Recuerdo ese himno del rock latino, compuesto e interpretado por el inmortal Sui Generis, El fantasma de Canterville y esa promesa que deberíamos hacérnosla y sostenerla en cada día: mientras me quede aire, mientras la campana o el pito no suene, mientras el partido no termine, mientras me quede aire, para adelante y una más, para adelante sin renunciar ni rendirse; evocando a Mayer: aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento (…) -porque hoy es tiempo para- vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar un canto, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo…”
e intentar, y volver a intentar hasta que el pito suene, el telón se cierre o, se termine el aire… (O)