En la cosmovisión andina, el elemento agua es vida, madre y espíritu; defenderla, es un acto de respeto sagrado a la naturaleza.
La palabra causa viene de raíces profundas del quechua kausay —que significa alimento y sustento necesario—, se usaba en tiempos precolombinos para nombrar a la papa, nutriente esencial que garantizó la vida de generaciones. Una causa, entonces, es aquello que nos sostiene y nos proyecta hacia el futuro.
En la filosofía occidental, desde Aristóteles hasta Hume y Kant, se sostuvo que todo en la naturaleza tiene una causa y un efecto. Hoy lo comprendemos con claridad: la causa del agua produce el efecto de la vida. Una acción que trasciende ideologías y banderas.
Una causa no es de interés pasajero ni representa un discurso político. Se alimenta de valores, convicciones y de la certeza de que hay algo esencial que debemos proteger.
En el caso de Azuay; “la papa de este asunto”, es la causa por el agua: el agua dulce que llega a nuestros hogares, a nuestras tierras y que sostiene nuestra salud y nuestra soberanía alimentaria.
Kimsacocha se ha convertido en una causa emblemática para el Ecuador, porque enfrenta directamente las amenazas de la minería metálica a gran escala. Nos alerta, que manipular este frágil ecosistema andino, sería poner en riesgo la pureza de un agua única en el mundo, la verdadera riqueza de los azuayos.
Kimsacocha tiene voz y nos convoca a la acción. Participar en la marcha del 16 de septiembre no es solo un derecho, es un deber ético y colectivo.
Proteger estas 3 lagunas y manantiales es garantizar la vida de quienes hoy habitamos este territorio y de quienes vendrán después.
Sin causas que nos unan, no hay futuro. Sin agua, simplemente no hay papa y no hay vida. (O)