El agua fría no se entibia si uno se lanza más tarde. Esa frase, dice mucho de nuestras postergaciones, cuántas veces nos pasamos el día (o la vida) bordeando la piscina de lo incómodo, esperando que las circunstancias cambien, que el ánimo suba, que llegue el lunes, que el 18 sin falta. Pero lo cierto es que el reto, el pendiente, la conversación difícil o la decisión aplazada, no se vuelve más fácil con el tiempo.
Al final, el problema no es solo el pendiente en sí, sino el desgaste mental de tenerlo de inquilino gratis en nuestra mente. Lo que más agota no es hacerlo, sino pensar constantemente que deberíamos estar haciéndolo. Vivimos con una lista mental de cosas no resueltas que nos quita espacio, energía y enfoque. A veces es un trabajo que venimos empujando desde hace semanas, a veces una llamada que preferimos seguir ignorando, pero sabemos que está ahí, y sabemos que hay que hacerla, tarde o temprano.
Lo difícil, lo que de verdad vale la pena, suele ser incómodo al inicio, pero como bien señala James Clear en su libro Hábitos Atómicos, el éxito está en aprender a enamorarse del tedio. Hacer primero lo que más cuesta nos permite dormir más tranquilos.
Claro que no todo se resuelve con lanzarse de golpe. A veces esperar no es procrastinar, sino prudencia, especialmente cuando estamos molestos, heridos o nublados. En esos casos, saltar al agua puede ser peor que quedarse en la orilla. Porque hay impulsos que enfrían relaciones, decisiones que calientan problemas, y palabras que no se pueden recoger.
No se trata de lanzarse sin pensar, sino de aceptar que no hay temperatura ideal para lo incómodo. A veces el mejor momento para hacer algo es… ahora. Y si vamos a saltar al agua fría, que sea sin tanto drama, mejor de una vez. (O)
@ceciliaugalde