Walter Benjamin distingue dos clases de violencia, una violencia mítica, que ha fundado un orden y ha establecido sus formas de conservación a través del mito, mandamientos, preceptos, etc., del miedo, de la culpa, del sacrificio y de la guerra.
Se trata de una violencia que no duda en matar para dominar y que ha terminado concretándose en la fuerza del Estado amparado en el derecho.
Y el derecho, lejos de lo que podría pensarse, no es lo opuesto a la violencia, sino una forma de su concreción. Por otro lado, Benjamin habla de una violencia divina que se orienta a suspender y superar la violencia mítica, en la medida que su horizonte está en una justicia que no es sangrienta.
Esta violencia que no mata para imponer, que se da sin cálculo, no obstante, rompe con la lógica del poder. Irrumpe contra la violencia mítica y afirma que la violencia que mata para ordenar no es justa.
La violencia divina, en este marco conceptual aparece muy cercana al amor, y éste, a su vez como el reverso del poder jurídico, la posibilidad de instauración de una fuerza no violenta que reconoce el valor de la vida y abre la posibilidad de una comunidad organizada más allá del derecho.
Ciertamente, la pregunta es si esto es posible. Pensemos en todo caso al amor desde otra perspectiva, desde la perspectiva del cuidado: cuidamos al otro, cuidamos nuestra comunidad, cuidamos la naturaleza y la vida.
Este cuidado que puede traducirse en prácticas colectivas decididas, y en una resistencia pacífica a la instrumentalización de la vida y a las políticas de la muerte, es la posibilidad de fundar otra forma de política. (O)