Natalia García Freire (1991), escritora y periodista cuencana, Master en Narrativa por la Escuela de Escritores de Madrid, de la que es docente, “cruzó el atlántico con el gato y todavía escribe”, diríamos con más propiedad, escribe con mucha calidad, tan es así, que su primera novela “Nuestra piel muerta” fue traducida al inglés, francés, italiano y danés. Su segunda novela “Trajiste contigo el viento” con gran aceptación como su libro de cuentos, “La máquina de hacer pájaros”.
Cuando leo un texto y éste me atrapa, inconscientemente voy construyendo un escenario en el que sus personajes adquieren vida y siguen la trama propuesta e imprevisibles también así, cuando ojeo “Las Lumbres”, el primero de los once cuentos del libro “La máquina de hacer pájaros”, ruralidad, pueblo cerro y laguna, gente, Niño y las Lumbres que “no eran hembra ni varón” y “no se sabe si fueron paridas”, simplemente son, como la laguna y el río, pero ellas son luz y brillan y aún enterradas metros bajo la tierra su recuerdo sigue siendo luz. Llegan la minera y los militares, pueblo y familia se desintegran, el Niño acepta guiar a los soldados hacia las Lumbres, para que no le hagan daño a su familia, y las Lumbres son localizadas y llevadas en camiones y eliminadas. El escenario se hace solito, es un cerro y es un páramo, puede ser nuestro páramo, y la explotación minera en el horizonte con la represión que lo antecede. Todo tiene significado y congruencia en el cuento que, semejando una premonición o crónica de un desastre ambiental y humano presente en el imaginario colectivo local, es la historia de las Lumbres, las que, como dice el Niño, “estaban soñando cuando todos andábamos muertos”.
La literatura a veces, como en este caso, propone textos como cifrados en códigos que el lector los va descifrando con lo que tiene en su razón que, paradójicamente, está hecha de la misma materia que dan voz a las palabras de quien escribe, aunque a veces duras y lacerantes, como en el caso de Natalia García Freire, porque “su literatura, hace mella, cala hondo, porque ella misma hunde sus raíces en lo más profundo y oscuro del alma”, analiza Eric Gras de “El periódico Mediterráneo” de España. (O)