Las boticas

Bridget Gibbs Andrade

Cuando la gente de la Edad Media se enfermaba, hacía lo mismo que nosotros: recurrir a medicamentos que alivien el dolor y ayuden a recuperarnos. Aquellos remedios de antaño eran ungüentos, pócimas o mejunjes que se obtenían al hervir, moler o mezclar productos naturales como plantas, aguas minerales y sustancias animales o humanas como sangre, orina, uñas o cabello.

Estos preparados eran elaborados por curanderos ambulantes que los vendían en las calles y casas, pero también existían lugares que los expendían: las boticas, precursoras de las farmacias modernas. El origen de las boticas está ligado a los monasterios que contaban a menudo con los llamados “hospitales de pobres” donde los monjes atendían las dolencias remitiéndose a los libros científicos de sus bibliotecas, como el tratado de Dioscórides. Además, los conventos tenían jardines donde los religiosos cultivaban un sinfín de plantas medicinales.

En el siglo XI, en Florencia, el monje Romualdo creó una comunidad de frailes benedictinos que se ocupaba de un hospital para pobres. Los tratamientos medicinales eran gratuitos tanto para los enfermos de los alrededores como para los peregrinos de paso. En el siglo siguiente, se añadió una farmacia al hospital para elaborar los medicamentos. Otro ejemplo son los monjes dominicos que llegaron a Florencia en 1221. Dentro del convento de Santa María de Novella crearon una botica en la que utilizaban las hierbas medicinales cultivadas en sus jardines. Desde el siglo XVII se reconvirtió en herbolario y perfumería, siendo actualmente la botica más antigua del mundo. El auge de las ciudades europeas promovió la aparición de las farmacias urbanas y el oficio de boticario se convirtió en una actividad reconocida por la ley.

La constitución de Melfi, promulgada en 1231 por el rey Federico II de Sicilia, dictaba que los médicos no podían preparar medicamentos, sólo recetarlos; y los boticarios no podían recetar medicinas, sólo prepararlas. De igual manera se exigía que en los frascos apareciera el año y mes de elaboración de los mismos. Para vigilar el cumplimiento de las normas se nombró a un “maestre de boticarios” que, ayudado por dos médicos, debía inspeccionar cada botica, por lo menos, dos veces al año.

Más adelante, las farmacias no se limitaban a preparar medicinas sino también aguas perfumadas, tónicos capilares, purgantes y sales digestivas que expulsaban en un santiamén, el chuchaqui y los malestares estomacales contraídos por los tragaldabas. (O)

Lcda. Bridget Gibbs

Periodista y escritora. Norteamericana de nacimiento, pero cuencana de corazón. Radicada en Cuenca desde hace 45 años. Lleva una década colaborando con la página editorial de El Mercurio.

Publicaciones relacionadas

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba