En tiempos de crisis o estados de excepción, cuando la incertidumbre social y política debilita las instituciones, es necesario estar alerta para no abrir espacios donde germinan el abuso y la arbitrariedad. En esos vacíos, la falta de control y la confusión se convierten en terreno fértil para que oportunistas intenten apropiarse de lo que ha sido construido colectivamente con esfuerzo y trabajo.
Esto sucede también en Ecuador —en zonas urbanas y rurales, en ciudades grandes y pequeñas— aquí se muestra como un reflejo de esa viveza criolla que se aprovecha de la ingenuidad y la falta de información. En momentos así, es preocupante ver cómo los “deals” o acuerdos bajo la mesa encuentran su oportunidad, dando paso a negociaciones opacas y extorsiones que, bajo el disfraz de la inversión o del desarrollo, terminan vulnerando derechos colectivos y alimentando la injusticia.
Sostenerse en esta realidad puede volverse una odisea, donde defender lo constitucional y lo legal —que debería ser natural— se convierte casi en un acto de resistencia.
Pero lo nuevo no puede construirse sobre el olvido. Ningún progreso auténtico puede basarse en borrar la historia o la memoria colectiva. La sabiduría de los mayores es como la sábila que regenera nuestras células; la conciencia colectiva es el tejido que une los sueños de todos en una misma manta, la vibración que activa la esencia de cada familia, grupo y comunidad.
Por eso, el verdadero desarrollo se edifica sobre el respeto, no sobre el atropello. Defender la legalidad y el bien común no debe requerir coraje, sino compromiso diario. Solo así podremos aspirar a una democracia justa, transparente y realmente digna de confianza. (O)
