A ratos se dejan ver. A ratos desaparecen, sobre todo cuando los rayos solares son intensos. Entonces se meten en sus conchas y nadie les saca.
Se ha perdido la cuenta de cuando, a los años, reaparecieron para arreglar “encima, encima” la vía por la cual transita material aurífero, material pétreo, combustibles, entre miles de vehículos grandes y pequeños.
Y eso sin contar a los lobos que van y vienen de El Oro a Cuenca tapándose la cabeza con el rabo para no ser detectados por cámaras que, según un cuento mal contado, hacen el reconocimiento facial, y hasta toman fotos de las placas, cuando no de las ropas íntimas.
Los caracoles, no sabemos si los de agua dulce o marinas, hace meses, a estas alturas, ya muy remotos, comenzaron a raspar con sus tentáculos lo poco que quedaba del asfalto de la vía, que asemejaba a cuero de chancho mal chaspado.
Se los veía moverse lentamente, pero insuflaron optimismo entre choferes y “chuperes”.
De pronto se metieron en sus conchas, dejando tramos raspados como con rastrillo y unos bordes filudos que, con solo verlos, llantas y amortiguadores se pone a sufrir.
En otros tramos dejaron tremendos huecos, bien cuadraditos eso sí. Lo disimularon acumulando, hasta donde pudieron, su baba viscosa; pero como es baba nomás, ya emergen de nuevo.
No rasparon todo el asfalto colapsado. A lo mejor ni lo harán. En los ya raspados se les ve asfaltando 50 metros cada mes. Sus contracciones ondulatorias para hacerlo, angustian. Dicen los muy babosos, que para ellos esto es un récord, y hay babosos que les creen.
Pero tal parece que como al deslizarse secretan su baba, terminaron fundidos en el asfalto. Es que ya no los ve, si bien el pasado fin de semana, uno que otro fue visto terraplenando frente al otrora parque extremo.
Se sabe que, a unos tramos, en los que la tierra se traga a la tierra, y a otros, donde parece que enterraron barretas dejando libres sus puntas, no quieren ir; pues temen que terminen con sus conchas destrozadas. Somos babosos, pero no pendejos, dicen.
Otros caracolitos de la especie de los herbívoros, mucho tiempo atrás fueron vistos limpiando la maleza acumulada durante décadas en las cunetas.
Parece que se empacharon de tanta hierba o ya no les sirven sus rádulas. Es que no han vuelto más. Si alguien los ve, agárrenles de los tentáculos y díganles que la maleza sigue crece que crece.
Pobres invertebrados los caracolitos. No pues los moluscos gasterópodos, sino aquellos vertebrados conchudos y carnívoros que, metidos en sus conchas en la capital, viven cómodos y fumando su Lucky Strike. (O)







