Algo falla en el sistema tributario. Hay una profunda brecha entre el músculo económico y financiero de los poderosos y el peso real de sus impuestos en las arcas públicas. Varios estudios académicos de instituciones serias, evidencian que las grandes fortunas y los ricos de menor magnitud, soportan una tasa media efectiva sobre el total de impuestos menor al de los segmentos más pobres de la población. Este análisis no implica defender ideas propias de la izquierda ansiosa de echar abajo la economía liberal, pero si, hacer correcciones conscientes que se vuelve difícil pedir al resto de la sociedad que asuma cargas más pesadas mediante mayores impuestos y recortes de bienestar.

El fenómeno de la baja tributación de los más pudientes no responde tanto a prácticas de evasión o fraude como a la estructura que rige en los países. El denominador común es que los impuestos están diseñados en torno al trabajo y a unas formas tradicionales de obtención de renta. Si pensamos en la imposición al patrimonio, también hay complicaciones, hay que concretar qué se grava y qué no, además, que el patrimonio, a diferencia de la renta, se grava con independencia de si un año hay beneficios o pérdidas, lo que puede ser muy distorsionador. También plantea qué hacer con las empresas familiares y con los patrimonios repartidos.

La evidencia disponible muestra que las estructuras tributarias actuales no alcanzan a reflejar adecuadamente la capacidad contributiva de los distintos estratos económicos, lo que limita la progresividad y merma la credibilidad del sistema fiscal. Corregir la tributación del capital, modernizar la base imponible y fortalecer mecanismos de transparencia son pasos esenciales para garantizar finanzas públicas más sólidas, equitativas y coherentes con las dinámicas económicas contemporáneas. (O)