Hay días en que uno termina agotado e insatisfecho. Corremos todo el tiempo, resolvemos pendientes, respondemos mensajes, tachamos tareas de nuestra lista y, al caer la noche, sentimos que no hemos avanzado, que no hemos hecho algo que verdaderamente importe.

James Carville y Paul Begala explican esto a través de lo que denominan el principio del antílope, en el que plantean que un león puede atrapar ratones, pero si dedica su vida a cazarlos, morirá de hambre ya que cada ratón requiere más energía de la que aporta. Para sobrevivir, el león necesita antílopes, presas grandes, difíciles, pero nutritivas.

En nuestra vida también elegimos todos los días entre cazar ratones o buscar antílopes. Los ratones son las pequeñas urgencias como mensajes, notificaciones, reuniones que se pueden sustituir con un correo. Los antílopes, en cambio, son los proyectos que exigen concentración, coraje y paciencia: escribir un libro, cambiar de rumbo, aprender algo nuevo, construir algo que trascienda.

Lo difícil es que los ratones se cruzan frente a nosotros todo el tiempo, mientras que los antílopes, se esconden. Kierkegaard hace casi dos siglos escribió que “la ansiedad es el vértigo de la libertad”, así, cuando elegimos priorizar lo esencial, enfrentamos también el miedo de dejar de correr tras lo pequeño.

En el día a día no nos detenemos a pensar si lo que hacemos nos acerca o nos distrae de lo que realmente queremos, si estamos invirtiendo nuestra energía en cosas que nos llenan de verdad.  

Hay ratones que son necesarios, no se trata de despreciar o ignorar a todo ratón que se cruce en nuestro camino, sino de no perder de vista al antílope. Los días se nos van rápido, y la energía, aún más, quizás sea momento de dejar de correr… y empezar a cazar antílopes. (O)                       

@ceciliaugalde