Simon Sinek dice que la felicidad no es algo que encontramos, sino algo que practicamos, un ejercicio cotidiano de elegir alegría incluso cuando la vida duele. Esa frase me dejó “sin piso” porque desmonta la expectativa cultural anclada a la idea de que la felicidad está afuera, en algún lugar al que llegaremos cuando, por fin, todo esté en orden, cuando alcancemos nuestras metas y sueños, cuando solucionemos nuestros problemas.

Por su parte, Mo Gawdat en su algoritmo de la felicidad, sostiene que no debemos perseguir la felicidad, sino remover la infelicidad de nuestras vidas. Como cuando uno ajusta el volumen de un parlante, la música (la alegría) ya está ahí, solo que a veces está enterrada bajo demasiado ruido.

Visto así, la infelicidad no siempre es tragedia, muchas veces es acumulación. Expectativas ajenas, anticipaciones inútiles, comparaciones constantes, exigencias absurdas. Capas y capas de ruido emocional que no nos dejan escuchar lo que ya estaba dentro. No se trata de negar el dolor, sino de no dejar que ocupe todo el espacio.

Entonces, para elegir la alegría, hay que dejar ir, quitar expectativas imposibles, bajar el volumen de la culpa, soltar la compulsión de que todo sea perfecto. Gawdat diría que la vida funciona mejor cuando dejamos de interferir tanto. Sinek diría que funciona mejor cuando, aun en medio del caos, elegimos un pequeño rayo de luz.

Tal vez la felicidad no es un camino que recorremos, sino un espacio que despejamos; tal vez ya está ahí, esperando a que limpiemos el polvo y abramos las cortinas.  La vida duele a ratos, eso no va a cambiar, pero incluso en esos momentos podemos reducir el ruido, elegir un instante de alegría y practicarlo, no para alcanzar la felicidad, sino para permitirle aparecer. (O)

@ceciliaugalde