Gracias, Padre Romel: sentimos tu paz

La noticia de la partida del padre Romel Soto Sarango nos ha conmovido profundamente. No solo se ha marchado un sacerdote fiel y entregado, sino también un amigo entrañable, un colega admirable y, para muchos de nosotros, un hermano en la fe y en la vida.

Con apenas 55 años, Romel deja tras de sí un testimonio luminoso de coherencia y sencillez. Lo conocí primero como alumno: un joven brillante, responsable, inquieto por aprender y por comprender la fe en toda su profundidad. Luego, la vida —o más bien la Providencia— quiso que nos reencontráramos como colegas, compartiendo el ministerio sacerdotal y la vocación académica. Desde entonces, pude apreciar aún más su lealtad a su vocación, su amor a la Iglesia, su profundo respeto por su familia y su amistad noble y transparente con quienes tuvo la fortuna de compartir su camino.

Romel era un hombre de talento excepcional, pero nunca buscó brillar. No le interesaba presumir, ni ocupar espacios de protagonismo. Su manera de estar era discreta y su palabra siempre oportuna. Tenía una presencia serena que infundía paz, y una capacidad de escucha que hacía sentir a cada persona comprendida y acogida. Su espíritu de servicio era inagotable. Siempre disponible, siempre atento a lo que los demás necesitaban. Servía con naturalidad, sin hacer ruido, sin esperar reconocimiento. En la pastoral, en la universidad o en el trato cotidiano, su estilo era el mismo: sencillez y profundidad, como quien sabe que lo esencial no se impone, sino que se ofrece. Sus homilías eran un reflejo fiel de su alma: claras, bien pensadas, hondas y cercanas. Lograban tocar el corazón porque brotaban de un corazón creyente y orante. Hablaba desde la experiencia, desde la fe encarnada, desde la vida compartida con su gente.

Quienes tuvimos la gracia de convivir con él sabemos que disfrutaba de la amistad con calidad, no con cantidad. Le gustaba conversar pausadamente, compartir una comida sencilla, una buena risa o un silencio cómodo. Tenía el don de hacer sentir que el tiempo, al estar con él, se volvía espacio de descanso interior. Hoy, mientras añoramos su partida, también agradecemos su vida. Nos deja el testimonio de un sacerdote íntegro, de un amigo fiel, de un hombre que no necesitó ser grande para ser inmenso. En su manera de vivir y servir, Romel nos mostró que la santidad se construye en lo cotidiano, en el silencio de la entrega, en la alegría discreta de amar. (O)

Padre Bolívar Jiménez

Padre Bolívar Jiménez

Sacerdote, 1981. Licenciado en Ciencias Religiosas, Diplomado en Derecho Canónico y Doctor en Derecho Civil. Vicario Episcopal y Vicario Judicial de la Arquidiócesis de Cuenca. Docente, Párroco de Cumbre.
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