Las abuelas decían que en sus tiempos las mujeres se embarazaban y tenían las guaguas como una camada de conejos. La mayoría de ellas, de un estrato social bajo, en el que las criaturas se morían de hambre y otras de enfermedades no tratadas y curadas a tiempo. Morían y se las enterraba como una actividad muy propia de la cotidianidad de aquella época. 

Han pasado varias generaciones… Demasiadas, y se supondría que esos hechos no deberían pasar nunca más en la historia de los ecuatorianos. Pero la pesadilla va cobrando fuerza y vidas inocentes.

El jueves 4 de diciembre de 2025, en el mes más hermoso del año, un niño de cuatro años murió en manos de la salud pública de Macas. Al padre solo le entregaron una caja de cartón sellada. ¡Qué dolor y humillación! debió haber sentido aquel hombre,  cuya pobreza no le permitió acudir a servicios de salud privada, espacio privado donde le hubieran salvado la vida. 

Eso pasa en el nuevo Ecuador. No hay un sistema de salud pública decente, coherente con las necesidades de su población. ¿Cómo es posible la falta de empatía y dignidad para exigir derechos? ¿Acaso las personas de la ruralidad no son valiosas? 

Las autoridades deberían pensar si eso pasaría con sus propios hijos. ¿Procederían con la misma frialdad de víboras? Seguramente no. Un hijo es lo más sagrado que se tiene y no tiene precio.

¿Cómo pueden dormir los políticos sabiendo que diez niños han muerto en Taisha por la crisis de la leptospirosis?

¿Estará listo un plan de contingencia emergente, o será más valioso ir a observar una carrera de la Fórmula Uno? Porque es evidente que esa parece ser la prioridad de la cabeza del partido color morado.

Cuando un país permite que sus niños mueran por abandono, deja de ser república para convertirse en pesadilla. Y lo más grave: una pesadilla que elegimos ignorar. (O)