Esta etapa decembrina nos empuja al recordatorio sobre la importancia de los valores humanos. Más aún en circunstancias en donde cunde la incertidumbre y hasta el desasosiego. No son tiempos para idealizar el regocijo, aunque suene pesimista. Sí, para reflexionar sobre el deterioro de los principios que caracterizan la condición del hombre, y que lo elevan a ser racional. Y ante aquello, sobre la necesidad de reivindicar las solidaridades.
¿Cabe celebrar la época navideña en medio del afán materialista prevaleciente? ¿Es de aplaudir el consumismo extremo desbordado en centros comerciales, en tanto hay otro segmento de la población que apenas tiene para la subsistencia cotidiana? ¿En qué nivel jerárquico queda la trascendencia del motivo central de dicha evocación cristiana?
Son días de paradojas, sin duda. De contradicciones que discurren entre el bien común y la ambición individual. Con mayor énfasis, se torna hasta insultante poner una cortina de humo coyuntural, mientras en el Ecuador siguen desapareciendo personas y las botas militares torturan y asesinan a menores de edad indefensos. En los hospitales se constata una situación caótica, sin abastecimiento de medicamentos. En las calles campea la delincuencia y la inseguridad. El miedo acecha como sombra nocturna. O, peor aún, los miedos, en plural. La población civil sabe que no cuenta con un gobierno eficaz, ante la indefensión evidente.
El ímpetu personalista debería dar paso a la esperanza colectiva. Es válido alcanzar el éxito particular, pero sería mucho más altruista, hacerlo en conjunción de las otredades. Aceptando las diferencias que enriquecen el estado natural de toda sociedad. Construyendo una comunidad en donde prevalezcan los abrazos eternos antes que los regalos desechables. (O)



