“Si tienes que tragarte una rana, no la mires demasiado. Y si tienes que tragarte dos, empieza por la más grande.” No sé quién dijo primero esta frase, Mark Twain se lleva el crédito con sospechosa frecuencia, pero quien la haya dicho entendía bien la naturaleza humana.
Todos tenemos ranas en la vida. Ranas administrativas (esas que croan desde el listado de tareas pendientes), ranas emocionales (esas que chantajean e incomodan), ranas existenciales (las que no nos atrevemos a enfrentar). Algunas son pequeñas, otras parece que nos superaron hace tiempo.
La procrastinación es, en esencia, una coreografía entre nosotros y la rana. La vemos, la evitamos, la justificamos, la maquillamos, la escondemos, y mientras más pensamos en ella, más crece en nuestra mente.
Brian Tracy retomó esta metáfora en Eat That Frog!, donde la manera menos dolorosa de enfrentar la tarea difícil es haciéndola, porque evitarla nos ocupa más espacio mental que hacerla. Con frecuencia andamos cansados de cargar con ranas que no nos hemos atrevido a tragar.
La ciencia del comportamiento explica que evitamos estas tareas no porque sean imposibles, sino porque nos generan aversión anticipada. Es decir, sufrimos antes de sufrir. Y, sin embargo, cuando por fin lo hacemos, casi siempre ocurre algo curioso, la rana era más pequeña de lo que nos imaginábamos, o menos ruidosa, o duró cinco minutos. La gran revelación es que la dificultad real no está en la tarea, sino en nuestra imaginación alimentándola a diario.
No podemos elegir todas las ranas que nos tocan, brincos diéramos si así fuera, pero sí podemos elegir el orden en el que las tragamos, y la actitud con la que lo hacemos. Sugiero verlas poco y tragarlas rápido, para pasar a lo que de verdad nos gusta e interesa. (O)
@ceciliaugalde




