Mes del renacer

Sirva este mes, el de mayor trascendencia del mundo cristiano, para recordar que el nacimiento de Jesús trae consigo las grandes transformaciones que comienzan siempre en silencio y humildad, nunca en el ruido ni en el derroche de riqueza. Es un tiempo de renacer en la esperanza, de permitir que en nosotros vuelvan a nacer la paz, la bondad y la reconciliación que hoy, más que nunca, el mundo reclama ante las amenazas de guerra que lo mantiene en zozobra.

La Navidad simboliza precisamente ese renacer: la oportunidad de comenzar de nuevo, de olvidar los desagravios recibidos y ofrecer disculpas por los errores cometidos. Es la luz que irrumpe en medio de la oscuridad y anuncia un porvenir de paz y armonía. Quienes venimos de una cuna cristiana, recordamos que al nacer Dios se hace hombre para caminar a nuestro lado. No aparece en un palacio, sino en un pesebre, enseñándonos que lo divino también habita en lo sencillo y en lo pobre, allí donde la alegría es más diáfana y espontánea.

Aunque no podemos dejar de advertir —no sin cierta ironía— la profunda distorsión que el mercado, el consumo y el capitalismo han impreso en esta fecha, convirtiéndola en un escenario donde la lógica del tener sustituye a la del ser, y donde la mente individual y colectiva es arrastrada hacia una feria de enajenación y artificio, se vuelve imperativo oponer a esta deriva nuestros principios más esenciales: la unidad familiar, la amistad auténtica y la comunidad como espacio de mutuo reconocimiento.

Si la posmodernidad insiste en reducir la Navidad al intercambio de regalos y al dispendio de dinero, no podemos olvidar que esta celebración desmiente precisamente la opulencia, y en cambio exalta la sencillez, la unidad y el amor. La ocasión nos invita a mirar de frente una de las grandes paradojas contemporáneas: la coexistencia de la riqueza y la pobreza. Opuestos que, sin embargo, encuentran un punto de inflexión en la solidaridad, no sólo en esta fecha, sino en el compromiso cotidiano de acortar las brechas que separan a unos de otros.

Bienvenidos sean, entonces, los encuentros familiares y de amistad que esta celebración convoca. Que sirvan para reforzar la unidad, limar asperezas y fortalecer el amor. Que el Niño que llega este mes encuentre en nuestros corazones un lugar donde seguir iluminando la vida, para renacer con alegría y reafirmar nuestra filogénesis y amistad, esa que ha crecido en silencio, como el invisible aire que nos sostiene. AFP

Dr. Edgar Pesántez

Dr. Edgar Pesántez

Médico-Cirujano. Licenciatura en Ciencias de la Información y Comunicación Social y en Lengua y Literatura. Maestría en Educomunicación y Estudios Culturales y doctorado en Estudios Latinoamericanos.
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