La semana que termina ha sido para la mayoría la de celebrar la Navidad, compartir con familia y amigos: encuentros, abrazos, sorpresas, reconciliaciones; desde lo banal entregar y recibir regalos; en lo espiritual recordar el nacimiento de Jesús.
Los que podemos habremos disfrutado las delicias culinarias habituales de esta temporada: pavo horneado con relleno o sin él, pernil, ambos con deliciosas salsas a la usanza de cada una de las tradiciones familiares, acompañados de arroz navideño y guarniciones apetecibles y esperadas, así como los postres para los que siempre hay espacio: torta de navidad con frutos secos y frutas confitadas, buñuelos y/o pristiños bañados según corresponda y se prefiera con miel de panela o de azúcar.
La Navidad convoca, incluso a quienes no creen o no celebran el evento principal.
La Navidad provoca querer, irradiar y recibir buenas energías.
La Navidad aviva la esperanza, aunque en lo colectivo no haya mucho porque sentirse esperanzado.
En la Navidad se baja la guardia, por un rato o un día nos olvidamos de lo malo, paramos y nos recargamos para enfrentar lo que se viene. (O)




