El artículo adjunto es el último que comparto con usted, lector(a), en lo que fenece del 2025. Por tanto, sus líneas tienen mucho de nostalgia, ya que una etapa anual concluye, aunque el tiempo sigue su marcha inexorable. Esto da pauta para el balance. Para lo que se hizo y lo que se dejó de hacer. Para los pendientes. Para la satisfacción de lo conseguido. Para la revisión de lo fallado. Ya sea en lo particular. Así, como en lo comunitario.
Es menester el diagnóstico y el autodiagnóstico. Un momento preferentemente íntimo que permita develar los detalles que quedaron inconclusos, y resaltar los logros alcanzados con entero esfuerzo. Cabe la metáfora del espejo para mirarnos muy adentro y reconocer nuestros atributos y precariedades.
Viene la sonrisa, pero, a la vez, la lágrima. Evocaciones de lo vivido. Historias que quedan en la retina esquiva de la memoria. O, peor, aún de la desmemoria colectiva. Porque los pueblos tienen aciertos ejemplares, aunque, otros, desaciertos reprochables. El juego de la democracia calificada como representativa.
El fuego se apaga y apenas van quedando las cenizas. Quisiera ser más optimista que de costumbre, pero la voz de Ernesto Sabato me seduce: “El mundo cruje y amenaza con derrumbarse, ese mundo que para mayor ironía es el resultado de la voluntad del hombre, de su prometeico intento de dominación”. En esa amenaza constante (y hasta delirante) es que vamos transitando en la actualidad, por ello, la tarea aún está inconclusa, esto es, despertar el sentido común de la gente. Dejar de lado, la banalidad, y volver a los valores profundos. Si bien, es una época de incertidumbres y miedos, no hay que perder la esperanza de días superiores. Ya lo advirtió el mismo Sabato: “El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”. ¡Parabienes en el 2026! (O)





