La esperanza no está tan asociada a la espera de que algo bueno ocurra, como a poder expectar con ojos generosos el presente. No es la prevención sobre el futuro que podemos alcanzar con certeza, sino una simple actitud de agradecimiento que nos da un enfoque optimista del presente y sus minucias. Vivir con esperanza es vivir con apertura a la propia vida que en el fondo es incierta, no porque no pueda ser conocida, sino porque su esencia es la incertidumbre. Heraclito dijo que quien no espera no podrá hallar lo inesperado, que es difícil y arduo. Lo inesperado es justamente ese horizonte de posibilidad que trae consigo la vida, y es nuestra condición de apertura la que nos permite intuirlo. Así, la esperanza es una cándida puerta hacia lo mágico del sentido, que al fin de cuentas es una ficción levantada sobre la esperanza. La razón misma es una infraestructura posterior a esta suerte de emoción que nos proyecta al infinito. En la esperanza se ratifica el orden constituido, pero tambien la necesidad de resistirlo y transformarlo. La esperanza es el puente que genera la historia o el umbral que separa el genio de la locura. La esperanza es el sentido del sentido, y sus fantasmas a pesar de su idealidad, nos estabilizan. Todos necesitamos algo de esperanza porque la vida sería más absurda sin ella, pero es un error denunciado por la filosofía postmoderna, que la esperanza esté concentrada en la idea. Naturalmente, la sola expresión parece contradictoria pues, ¿en qué otra cosa podría estar asentada la esperanza, si todo es idea? La respuesta estaría en el propio cuerpo y en el contacto de los cuerpos. (O)




