
Las luces de la pirotecnia iluminaron el Parque Calderón y sus alrededores. La música de las bandas del pueblo resonó por las calles céntricas. Y la fe se sintió cada noche de la fiesta religiosa. Una vez más, el Corpus Christi avivó a Cuenca a través de la religiosidad y de las tradiciones que todavía perduran entre los creyentes.
Según los datos preliminares de la Arquidiócesis de Cuenca, al menos unas cien mil personas participaron a lo largo de la fiesta. Cada día y noche, los religiosos ingresaron a la Catedral de la Inmaculada Concepción y celebraron a la razón de la fiesta: la eucaristía. Luego acompañaron al santísimo en una procesión corta, pero sentida, por los alrededores del Parque Calderón.
Con cánticos y rezos, los creyentes se ubicaron detrás de la custodia dorada para pedir y agradecer por las necesidades y las bendiciones. Y, solo una vez después de este proceso religioso, comenzó la otra parte de la fiesta: la pirotecnia.
Hábiles maestros y artesanos colocaron sus obras monumentales y sus vacas locas, y al son de la música, como paso previo, los encendieron. Los castillos, con sus luces de colores; y los cohetes, con sus ruidos peculiares, provocaron sonrisas, asombros, gritos y uno que otro lloro entre los niños que por vez primera veían semejantes estructuras.
Hacia los otros lados, en cambio, no faltaron los dulces del Corpus Christi y las abejas atraídas por los manjares. Las rosquitas, las monjitas, los coquitos, y, cómo no, los quesitos, volvieron a ser los protagonistas de la gastronomía propia que tiene el septenario.
Con todo lo vivido, los cuencanos y los turistas que arribaron exclusivamente para el Corpus Christi se despidieron de una fiesta que volverá el próximo año.
De hecho, muchos ya se preguntan cuándo se realizará. Y, para los curiosos, o para los que se la perdieron, o para los que quieren repetírsela, el Corpus Christi se adelantará: el 4 de junio de 2026 iniciará la celebración septenaria. (I)
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