A pesar de que buscamos con ansiedad aquellos elementos que potencian la vida, dándole singularidad y sentido, al punto de producirlos en las cosas que usamos, de exaltar sus cualidades sensitivas, la intensidad no es finalmente un atributo del mundo exterior sino una disposición del ánimo, una composición que modela una actitud y realiza una propuesta a los otros. Vivir intensamente podría ser un gesto de atención con el mundo, pero también una apertura y una entrega. Ese dejarse tocar por la experiencia, una conciencia que surge en las condiciones de solidaridad existencial con los demás, más allá de los roles que la organización política y económica nos ha ido proponiendo la historia, como simples seres humanos. Probablemente podamos saborear la intensidad con mayor fuerza en aquello que parece un añadido del cual se puede prescindir, como, por ejemplo, en el arte. En mi opinión el arte siempre escapa a las formas convencionales y quizá por eso es difícil integrarlo en las regularidades, no obstante, si existe regularidad es justamente gracias a aquello que nos da acceso a la construcción de lo estético. Pero en el fondo, esa primera construcción es necesariamente plural, requiere la intersección de los pensamientos, y, por lo tanto, de la presencia de los demás. En un mundo ideal que va dejando de existir, cuidaríamos a los demás pues con ello también cuidamos de uno mismo. Ese mundo que desaparece se llamaba humanismo. (P)
Dr. Sebastián Endara
Ph.D. Quito, 1978. Ensayista, poeta, docente universitario. Especialista en Pedagogía política y pensamiento social. Editor en Jefe de las revistas científicas de la Universidad Católica de Cuenca.
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