
Podría catalogarse de postecampaña todo cuanto, desde la noche del domingo 13 de abril, se dice y se comenta en torno a los resultados electorales.
Ni el presidente reelecto Daniel Noboa esperaba superar a su contendora, Luisa González, con casi una diferencia del 12% de los votos válidos; tampoco ella de haber perdido una elección, según su imaginario, ganada.
Parte de esa postcampaña sería el reconocimiento del triunfo de Noboa por parte de alcaldes y prefectos de las filas de la Revolución Ciudadana, como de varios movimientos, antes alineados en la misma órbita de la RC.
Otro tanto sería la teoría, con todos sus matices, del supuesto fraude electoral, esgrimida, hasta internacionalmente, si bien con poquísimo eco, por parte de González y de unos poquísimos integrantes de su círculo cercano, cada vez más estrecho, algo propio de quienes se empecinan en negar el final de su líder auto creído invencible.
Como postcampaña también podría catalogarse toda esa andanada de expresiones vanales dichas en redes sociales; incluso hasta la animadversión en contra de ciertas autoridades de elección popular alineadas en su momento a González.
Igual, la salida de la RC de una de sus asambleístas electas y, posiblemente, de otros.
La parte positiva de cuanto ocurre luego de la campaña sería, más allá de interpretar las razones por las cuales ganó ampliamente Noboa y perdió ampliamente González, los análisis, con datos reales, de cómo está el país; las sugerencias hechas al presidente en cuanto al manejo de la economía, asediada en estos momentos por la guerra arancelaria de Donald Trump, los precios a la baja del petróleo; la conveniencia sobre si vale o no convocar a una Constituyente o impulsar enmiendas constitucionales de fondo; los giros radicales para promover inversiones e impulsar la obra pública, entre otras.
Expuestos así brevemente los motivos de la postcampaña, la diferencia es notoria. Los segundos le convienen el país.