
Otro “escape de película” desde la Penitenciaría de Guayaquil protagonizó el viernes anterior el líder de uno de los tantos grupos de delincuencia organizada, tal como lo hizo hacía más de un año otro cabecilla vinculado, como aquél, al narcotráfico, los dos considerados por la Policía como objetivos de “alto valor”.
Detalles de la fuga se investigan. Por orden presidencial actuó la Justicia. Para el Gobierno, como para la mayoría de ecuatorianos, la evasión no fue un suceso aislado; más bien planificado y con ayuda de cómplices.
La Fiscalía formuló cargos contra 22 personas presuntamente vinculadas. Contra ellas un juez dispuso la prisión preventiva. Constan militares, funcionarios del Servicio Nacional de Atención Integral y un reo.
La Penitenciaría, como otras prisiones del país, está custodiada por el Ejército, más la participación de guías penitenciarios y la Policía. Por eso mismo volvió la confianza ciudadana tras tantas masacres carcelarias, corrupción a todo nivel y de haber sido tomadas por bandas criminales.
Empero, la fuga ocurrida el viernes resulta insólita. Se presta para toda clase de elucubraciones, hasta para reafirmar aquella teoría relacionada con el infiltramiento del narcotráfico en parte de las fuerzas del orden, de ciertos jueces y fiscales. Aunque parcialmente, igual en la actividad política y financiera.
En esta primera mitad de 2025, no solo por el crecimiento de la inseguridad, sino por ciertas decisiones judiciales y hechos como el asesinato de 11 militares por parte de grupos delictivos, gracias, supuestamente, a la fuga de información sobre operativos, la ciudadanía se siente desalentada, desprotegida y llena de pánico.
Y como si eso fuera poca cosa, ahora ocurre la fuga de un alto capo, según creen, vestido con uniforme militar y burlando a todos sus celadores. ¿Nadie lo sabía? Imposible.
Ojalá la opacidad no sea parte de la investigación dispuesta.