Según informa un portal digital, cinco legisladores no han hablado nunca en el Pleno de la Asamblea Nacional y 20 lo han hecho una sola vez.
En pocas palabras se resume una dura y amarga realidad de la política ecuatoriana.
Desde hacía muchos años, la calidad de los asambleístas cae en picada.
Hablamos no solo de la capacidad intelectual, académica, de experiencia y de conocimiento de la labor legislativa; también desde el punto de vista ético y moral.
Tras la muerte cruzada impulsada por el entonces presidente Guillermo Lasso y su consecuencia jurídica respecto de la Función Legislativa, para muchos ecuatorianos la ausencia de los asambleístas ni siquiera se notaba, peor hacían falta.
Habrá asambleístas a los cuales les resultará mejor no hablar en el Pleno; otros se arrepentirán de hacerlo, sabiendo que leyeron mal el escrito redactado por sus asesores, quien sabe si mediocres como ellos; u otros, repitiendo lugares comunes, los estribillos de sus “líderes”; o votando sí o no de acuerdo a la coyuntura, pero sin criticidad.
Son el resultado de la nominación hecha por los movimientos y partidos.
Salta, entonces, la pregunta relacionada con el referendo. Buscan que sean menos; pero esto ¿es garantía de calidad?
Es más, aquella misma “especie política”, de aprobarse en las urnas la convocatoria a Asamblea Constituyente, deberá escoger candidatos para debatir y redactar la nueva Constitución.
Tamaña contradicción por donde se lo mire, máxime si los ecuatorianos de talla intelectual, de conocimiento y experiencia, de calidad moral y ética, no son parte de las trincas politiqueras, ni quieren participar.
La clase política vive su peor momento, mediocrizada, víctima de una implosión sin límites, y disputándose el destino nacional según sus conveniencias y rencillas.
De aprobarse la convocatoria, ¿será la Constituyente un remedo de la Asamblea?









