Desde su trinchera en Tiktok, cuestiona y arremete: el vicepresidente de Bolivia, el excapitán de policía Edmand Lara, se ha convertido en el opositor más férreo del mandatario Rodrigo Paz en el inicio del gobierno de centroderecha.
Lara, de 40 años, es el último de los vices latinoamericanos que desafía abiertamente a su compañero de gestión.
Asumió el cargo el 8 de noviembre junto a Paz, a quien ayudó a ganar las elecciones captando el voto de los sectores más populares. Antes de entrar al poder, ya era un histriónico influencer conocido por denunciar casos de corrupción.
En los primeros días de gobierno, las tensiones entre ambos se hicieron públicas cuando el vice denunció en sus redes sociales que estaba siendo marginado de la cúpula de mando.
Desde entonces ha calificado al presidente de «mentiroso» y «cínico».
«Hoy día Rodrigo Paz está gobernando para los que más tienen (…). No puedo hacer nada porque me arrinconaron», dijo en un video publicado el martes.
Sus comentarios retumban al interior del gobierno, presionado por dar soluciones urgentes a la peor crisis económica del país en cuatro décadas.
«Es un vicepresidente anecdótico, pero también es un serio riesgo para la gobernabilidad en el mediano y largo plazo», dice a la AFP el sociólogo boliviano Franco Gamboa.
– «Una traición» –
Paz, de momento, guarda la calma. Solo se pronunció una vez sobre su compañero: «Las puertas siempre están abiertas al diálogo (…), pero yo por Tiktok no hablo».
Lara ya no tiene cuota de poder en el gobierno. Su único hombre de confianza en el alto gabinete, un ministro de Justicia, fue destituido a los pocos días por no declarar una condena por corrupción.
«Para nosotros es una traición», dice a la AFP el diputado Daniel Fernández, uno de los fieles del excapitán. «No tiene ningún ministerio (…). Los anteriores (políticos) que han hecho tanto daño están manejando el país», comenta.
El conflicto no es de ideas. El diputado explica que Lara «tiene la ideología de Bukele y de Milei«, los presidentes de El Salvador y de Argentina, a quienes no considera de extrema derecha.
Está «al medio», dice, como Paz. En el Congreso, las bancadas de ambos mantienen una relación cordial.
El gobierno no respondió a la AFP sobre el estado de sus relaciones con Lara. Su enfrentamiento con Rodrigo Paz es directo.
En los últimos días el expolicía dio órdenes por redes sociales al comandante de las fuerzas armadas, cuando el máximo jefe militar es el presidente.
También llamó «comisión de la mentira» a una instancia creada por Paz para investigar hechos de corrupción en el sector hidrocarburos durante los 20 años de gobiernos socialistas que lo precedieron.
«Se autointerpreta (…) como una persona que es capaz de sustituir, opacar e incluso ir más allá del presidente», comenta Gamboa.
Sus arranques de espontaneidad, celebrados cuando solo era creador de contenidos, ahora golpean su popularidad. Según el sociólogo, Lara «se va a debilitar y se va a desgastar por sí mismo».
Una reciente encuesta de Ipsos-Ciesmori, realizada en las cuatro principales ciudades del país, indica que la gestión de Lara tiene un rechazo del 54% y una aprobación de 32%.
El mandatario Paz, en cambio, tiene el respaldo del 65% de los consultados.
– Sombra en la región –
Los vices incómodos siempre han formado parte del panorama político de Latinoamérica.
Casos recientes son el de Verónica Abad, quien perdió el cargo en Ecuador en medio de disputas con el mandatario Daniel Noboa; el de Cristina Fernández de Argentina, que criticó abiertamente a Alberto Fernández; o el de Dina Boluarte en Perú, que relevó a Pedro Castillo.
«Las constituciones en América Latina no muestran salidas institucionales específicas. Están obligados los presidentes a negociar políticamente cuando tienen conflictos con sus vicepresidentes para evitar el descalabro», dice Gamboa.
En el caso de Bolivia, Paz debe resolver de inmediato sus diferencias vis a vis con Lara, añade el experto.
«De lo contrario, esto podría desbordarse», agrega, pues una crisis al interior del gobierno puede generar tanta inestabilidad como una convulsión social. AFP












