La vida no se defiende matando

En tiempos en que la violencia se desborda y la sociedad exige respuestas firmes, resurgen voces que claman por medidas extremas como la pena de muerte, el aborto legalizado o incluso la eliminación sistemática de delincuentes. Se habla de “limpiar la sociedad”, de restaurar la paz por la vía del castigo total. ¿Qué tipo de paz se construye sobre la negación del valor supremo de la vida?

Las religiones, más allá de sus dogmas, coinciden en un punto esencial: la vida humana es un don sagrado, innegociable. Inclusive filosofías no teístas como el budismo o corrientes racionalistas defienden la vida como el fundamento de toda ética posible. Desde diversas perspectivas, hay consenso en que la existencia de cada ser humano merece respeto. Defender la vida no es un privilegio de los creyentes; es un deber universal.

El crecimiento del crimen, el miedo ciudadano y la impunidad han llevado a sectores de la sociedad a pedir reformas constitucionales que incluyan la pena de muerte y que legalicen la interrupción del embarazo. Se pretende combatir el delito con la muerte, como si asesinar al asesino fuera sinónimo de justicia. Esta lógica, profundamente contradictoria, no resuelve el problema de fondo: solo perpetúa el ciclo de violencia.

Castigar al criminal, ¡sí! Exigir justicia, ¡sin duda! El Estado no puede convertirse en verdugo sin traicionar los principios que lo sostienen. La justicia no debe nacer de la sed de venganza, sino del compromiso con la vida. Aun quien ha cometido crímenes atroces debe enfrentar las consecuencias de sus actos, pero bajo un sistema que busque reparar, corregir y, si es posible, rehabilitar.

Unos claman por la muerte de los delincuentes o la eutanasia como lo hace Emmanuel Macron, otros luchan por preservar la vida de la Madre Tierra, los animales y los ecosistemas. ¿Acaso no debería comenzar esa defensa por la vida humana? ¿O es que hemos caído en una ética selectiva? No es un debate sencillo, pero hay una bandera que debe ondear por encima de todas: el de la vida, único principio que puede guiar una justicia verdadera, firme y humana. Si respondemos al crimen con muerte, ¿qué nos diferencia del criminal?

La vida no se defiende matando, sino con justicia, dignidad y valentía de construir una sociedad donde incluso los que erraron tengan una segunda oportunidad, aunque no la libertad inmediata. La seguridad no se logra con ejecuciones, sino con respeto a la dignidad, con educación, equidad y leyes firmes. (O)

Dr. Edgar Pesántez

Médico-Cirujano. Licenciatura en Ciencias de la Información y Comunicación Social y en Lengua y Literatura. Maestría en Educomunicación y Estudios Culturales y doctorado en Estudios Latinoamericanos.

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