
¿Qué pasa cuando el semiólogo más importante del mundo escribe un artículo sobre el rostro de la “actriz más bella del mundo”?
Era 1957 y Roland Barthes escribía un nuevo artículo…
Barthes, filólogo de formación, se había desarrollado a nivel profesional como un reconocido académico y filósofo, desempeñándose dentro de la semiótica -el estudio de los signos y su significado- siendo uno de los semiólogos más renombrados de la historia gracias a su análisis sobre la teoría de la imagen.
Se creería que un intelectual de este tipo no perdería su tiempo en aquellos placeres “infantilmente ridículos”: la música y las películas. Su caso no era así, Roland Barthes se dedicaba a ello en sus tiempos libres…

(Roland Barthes).
Dentro de los deleites del cine contemporáneo, al igual que con el clásico, está el observar la belleza de sus protagonistas. Hombres y mujeres bien parecidos que solo eran capaces de estar en las pantallas gracias a su presencia y su capacidad de adaptarse a la dicción del acento trasatlántico.
Una de las figuras de la gran pantalla que deslumbraba con una belleza irracional era Greta Garbo. Una sueca con rostro vulnerable, específicamente como el de una mujer agotada por las apariencias, pero, con una mirada oculta a través de los pliegues en sus ojos. Garbo fue considerada por muchos como un símbolo sexual desde los años 20’s.
Era perfecta para interpretar papeles melodramáticos, en gran parte porque era algo natural en ella fuera de la pantalla, incluso llegando a ser bautizada con sobrenombres como “la Divina” y “la mujer que no ríe”.
(Greta Garbo-Getty Images).
Su vida estuvo marcada por un comportamiento que podía ser develado solo por un detective. Se retiró a los 36 años, después de eso, pasó su vida confinada. A partir de esas actitudes y de haber pasado prácticamente siempre soltera, se especulaba por la prensa de la época de su posible lesbianismo.
Aparentemente Barthes se sintió entusiasmado por escribir sobre ella, la mujer que había protagonizado grandes películas como: Anna Christie (1930) de Clarence Brown, Camille (1936) de George Cukor, Ninotchka (1939) de Ernst Lubitsch y Two-Faced Woman (1941) también de Cukor.
El artículo de Barthes comienza de la siguiente manera:
“La Garbo aún pertenece a ese momento del cine en que el encanto del rostro humano perturbaba enormemente a las multitudes, cuando uno se perdía literalmente en una imagen humana como dentro de un filtro, cuando el rostro constituía una suerte de estado absoluto de la carne que no se podía alcanzar ni abandonar. Algunos años antes, el rostro de Valentino producía suicidios; el de la Garbo participa todavía del mismo reino de amor cortés en que la carne desarrolla sentimientos de perdición. Se trata sin duda de un admirable rostro-objeto. En “La Reina Cristina”, película que se ha vuelto a ver durante estos años en París, el maquillaje tiene el espesor níveo de una máscara, no es un rostro pintado, sino un rostro enyesado, defendido por la superficie del color y no por sus líneas; en esa nieve a la vez frágil y compacta, los ojos solos, negros como una pulpa caprichosa y para nada expresivos, son dos cardenales un tanto temblorosos” …

(Roland Barthes).
Me pregunto: ¿solo alguien enamorado puede escribir con tal detalle y devoción?
En un momento más especulativo, me he puesto a pensar si quizás el famoso semiólogo francés estaba enamorado de aquella melancólica sueca a la que veía a través de una pantalla. ¿Cuán ilógico es enamorarte de alguien a quien no conoces?
Tengo que confesar que me ha pasado en más de una ocasión, incluso tengo que decir que, mientras escribo esto, lo considero algo factible en este punto de mi vida.
¿El gran semiólogo al que estudiamos en mis clases de Semiótica era capaz de perder la cordura y crear castillos de arena por una mujer con la que jamás hubiese tenido la más mínima posibilidad de cruzar palabra?
Pues sí. Le escribió un artículo, que para mí es una declaración pública de amor con la esperanza de sentirse correspondido.
Garbo jamás respondió ni declaró acerca de lo que Barthes escribió sobre ella…
Puede que sea excesivamente superficial o idílico creer en el amor a primera vista, pero si le ha pasado a Barthes ¿por qué no nos podría pasar a nosotros? Total, entre Barthes y Garbo lo único que había de distancia era un salto de fe y como mencionó Erich Fromm: “El amor es un acto de fe”.