Valor supremo de una profesión

Edgar Pesántez Torres

Estos días la clase periodística celebra sus días clásicos: el Día Nacional del Periodismo Ecuatoriano, por la aparición de “Primicias de la Cultura de Quito” el 5 de enero de 1792, y, el Día del Periodista Azuayo, por el nacimiento de “El Eco del Asuay” en 1828, cuyos intérpretes fueron Eugenio Espejo y Vicente Solano, correspondientemente. Otrora estas fechas eran muy comentadas por sus actores y beneficiarios, hoy pasan desapercibidas, pues, ni siquiera la Universidad Católica de Cuenca, cuya Escuela de CICS solía solemnizar la fecha con actos académicos y acuerdos a destacados actores, se ha hecho presente; comprensible por las circunstancias que se vive.

En las últimas décadas los medios de comunicación social tradicionales han sufrido grandes reveses por el avance de la tecnología y las crisis de todo orden, no obstante, no han perdido su misión de informar las noticias del día, interpretar las mismas para mayor ilustración y comentarlas a fin de orientar a la ciudadanía. En los tres aspectos han trabajado en función del bienestar de la sociedad y de poner al descubierto el fraude, las fechorías y la incompetencia en la conducción de los bienes públicos.

Conocido por la historia es la persecución y ajusticiamiento que soportaron los periodistas ecuatorianos por dejaron correr en libertad su pensamiento y defendieron las causas de los hombres y pueblos. Hasta hace poco la cosa seguía igual, recuérdese en el gobierno despótico como existieron asechanzas, castigos, ostracismos, cárcel y hasta desaparecidos a quienes a fuerza valor descubrieron los latrocinios del gobierno y sus obispillos.

Toda actividad humana conlleva errores, que siendo de buena fe son absueltos cuando son honestos. Al saludar a esta clase, quería referirme a este valor supremo: honestidad que da fuerza a los valores para no depravarlos. Si un periodista no engaña, no miente, no corre por intereses soterrados, si tiene buena voluntad y deseo de hacer el bien, entonces ahí el respaldo y la exculpación de sus humanos errores.

La honestidad se relacionaba con la decencia, el decoro, el pudor, las virtudes íntimas, también con la armonía entre la inteligencia y la personalidad. Por ello que a este fundamental sector de la sociedad hay que pedirle honestidad intelectual y una personalidad que elimine de su ser el fanatismo, la mezquindad, el odio, la venganza, la animosidad y el interés personal o de grupo. (O)