Bichito

En su mente solo está permitido imaginar, idear… soñar. No mentir, ni engañar. Solo despistar la percepción para mirar, desde otro prisma, ese mundo convencional que le fastidia. Desafiar esa ciudad de costumbres y esa monotonía que le despierta la necesidad urgente de abandonar los lugares dónde hay demasiada historia impresa en las paredes, encarar los tabús, pensar de forma incendiaria, buscarle fisuras a la norma social para esquivarla, cuestionarla o, de plano, ignorarla. Y con frecuencia lo hace, poniendo además su acento propio en el feminismo, el placer del cuerpo y la palabra incompleta que tememos decir.

Le gusta llamarse Ana, aunque el nombre de Bichito le ajusta más, evocando el tierno y disruptivo personaje de la obra de Adoum; ese que se cola en medio de los textos. En medio de los sueños. En medio de la vida. Y no, no le teme a la muerte, pero la intriga, la enoja y la ofende, sobre todo desde que la miró a los ojos, hace poco, cuando hubo que despedir un alma gemela. Y claro, hay que entenderla ¿dónde se ponen las cosas y los recuerdos de los que se van? ¿con que nombre se ha de nombrar a la ausencia definitiva? 

Por lo demás, el amor… bueno, se lo toma con cuidado porque sabe bien que hay una perversidad secreta en el acto de amar. Y sabe que, con demasiada frecuencia, las personas nos destruimos en nombre del amor, sobre todo cuando se construye con retazos del pasado. Sin embargo, cuando logra romper los diques del miedo, ama de verdad, con generosidad, desde una ternura insoldable que pocos le conocen, consciente de que, de aquí en más, ya no se puede herir, pero se puede escribir sobre las heridas frescas.

Ahora mismo está buscando distancia para mirar el mundo desde la cumbre de una montaña. Ahora, dice, está bosquejando un dibujo en una hoja de papel que en un rato olvidará. Ahora, dice, está mirando la fotografía de una obra de arte que le intriga. Ahora, se le nota en la mirada profunda, está simplemente imaginando. Y bueno, esa esella…