Mis ochenta y algo más

David G. Samaniego Torres

Desde muy lejos, desde el mirador que aún me alberga, veo que ustedes y yo somos tan diferentes y que pertenecemos a mundos distintos. Vivimos tan cercanos y habitamos planetas separados. Somos tan iguales que en nada nos parecemos. Por suerte o quizá mala suerte nos ha tocado habitar un planeta cansado de existir, que ha iniciado su autodestrucción. Pertenecemos al género humano en una hora en que lo humano se ha esfumado y el género cada día se torna más borroso. No sé qué nos suceda. No recuerdo haber sido, antes, huésped de un mundo así, tan extraño.

El Ecuador de estos instantes tiene una piedra en el zapato que le ha obligado a despertar y sacársela. Toda acción que va más allá de lo normal, de lo que hacemos todos los días, empieza por causarnos sorpresa y en ocasiones sobresaltos. Uno de estos casos, un sobresalto, lo vivimos ahora y bien valen unas pocas palabras que inviten a reflexionar, es decir, ahondar en aquello que se comenta, se aplaude o repudia, en todo caso, nos saca de un sopor cómplice e irresponsable.

La necesidad de intercomunicarnos entre naciones llevó un día a la creación de Embajadas que no son otra cosa que países diminutos dentro de otro, más grande, que los acoge. Es indispensable que entre esos dos países existan lazos de cercanía y que ambos acuerden ajustarse a códigos cercanos a la sensatez y defensa de los derechos que anhela y defiende la humanidad.

Imposible entender que alguien dé una puñalada a quien siempre le llamó amigo. Imposible entender que un embajador reciba en su sede y le otorgue asilo a un enemigo declarado del dueño de la tierra que pisa, convertida en sede de dicha embajada. Asilar a un delincuente que hizo mal uso del dinero del pueblo en que nació y que fue condenado por la justicia de ese pueblo, sede de la Embajada, es dar una puñalada al pueblo que un día juró buscar la paz y la justicia. México acaba de romper relaciones diplomáticas con Ecuador; lo hace cuando es capturado dentro de su sede un delincuente juzgado por los tribunales de justicia ecuatorianos.

La sensatez debe retornar y el pudor recobrar su color. Que un expresidente pida sanciones para Ecuador, rubrica su talla moral. Es hora de que al pan llamemos pan y al vino, vino. (O)