Cuanto ocurra en el Ecuador en las próximas semanas es impredecible.
Como consecuencia de las tensiones políticas, cuyo epicentro es el gobierno, el ambiente se ha vuelto hostil, intolerante, calculador, manipulador; donde todos, como en la bíblica Torre de Babel, confunden –a veces hasta a propósito- sus dialectos, no en pos de construir, sino de destruir, de imponerse, de querer romper la paz social.
En democracia, los contrapesos del poder, la controversia, el ejercicio pleno de las libertades, la fiscalización, la discusión política, en especial en el poder Legislativo, constituyen sus baluartes. No son sus únicos activos por su puesto.
Sin embargo, priman otros, producto de intereses particulares, corporativos, partidistas, hasta de cierta venganza política, cuando no el velado intento por desestabilizar, por sembrar el caos con el mínimo pretexto y de poner zancadillas a todo.
Nos guste o no, el Ecuador está inmerso en una economía planetaria. Por lo tanto, todo cuanto ocurra, aun en el ámbito político, tiene repercusiones inmediatas cuyo peso, acaso se carga si ser sentirlo, más cuando prima la terquedad, el desconocimiento y el deseo de impulsar el acabose de todo.
Claro, eso no implica soslayar el deber ciudadano de exigir derechos, pero también de cumplirlos; de fiscalizar al poder público, de tomar partido por la transparencia, pero también por la democracia, por el cumplimiento de la ley, de la Constitución, por claras reglas de juego para producir.
Eso no lo tienen claro ciertos sectores políticos, mientras el gobierno, acorralado por tanto problema social, económico, de inseguridad, de los derivados por el invierno, trata de reflotar en medio del desconcierto, de tensiones armadas por sus detractores, de sus yerros y de sus propuestas irreflexivas.
Por momentos, el Ecuador parece un tren a punto de descarrilarse. Unos, empujándolo con conductor y todo; otros, tratando de sostenerlo como sea. Pero los más, impávidos. Así no se construye un país.