Estudios epidemiológicos realizados en el Ecuador, durante los últimos días, dan cuenta de que buena parte de la población se encuentra atravesando por una crisis emocional caracterizada, en unos casos, por trastornos del sueño, tristeza, llanto fácil, falta de entusiasmo y, en otros, por ataques de ansiedad y desesperación. Los investigadores se hallan buscando la causa de tal situación. Entre las hipótesis, se quiere responsabilizar de esta inusual respuesta anímica al cambio climático global o a la posibilidad de que un fenómeno del Niño, “ad portas”, pueda tener repercusiones graves para el país en los próximos meses; en el caso de la región austral, la situación vial es digna de tomarse en cuenta, por las limitaciones para movilizarse hacia otras provincias con seguridad y sin contratiempos; las muertes violentas en las calles también afectan la tranquilidad ciudadana, sin embargo, no logra establecerse una relación concreta de causa-efecto entre las circunstancias anotadas y las alteraciones emocionales descritas.
Parece más bien tratarse de una pena, de una pesadumbre, de una congoja infinita, provocadas, quién lo podría creer, ¡por el cierre de la Asamblea Nacional! Según las encuestas realizadas al respecto, la gente añora las noticias sobre las incidencias parlamentarias, los insultos, los dimes y diretes, las reuniones entre gallos y media noche, las alianzas y los acuerdos truchos, los camisetazos, los diezmeros, las desafiliaciones, etc. No se conforma la ciudadanía con ya no poder escuchar a los asambleístas dando consejos de “cómo se debe robar” o descontentos con sus sueldos. (O)