El país que se nos va de las manos

Aníbal Fernando Bonilla

“Fernando Villavicencio nunca fue de mis simpatías, pero no puedo dejar de expresar mis sentimientos en esta columna: ¡nadie debe morir del modo que él lo ha hecho! […] ¡Y que se haga justicia, caiga quien caiga!”. Esto escribe Jorge Dávila Vázquez.

Lo antedicho me pareció pertinente para el inicio de este artículo. Palabras sensatas. Porque precisamente el Ecuador va perdiendo la sensatez que requiere cualquier nación calificada como democrática. Lejos estamos de la concordia anhelada. Hemos tocado fondo. Con la muerte de un candidato presidencial lo que se confirma es la indefensión ciudadana por la que atravesamos. Y la ausencia del Estado en los problemas estructurales, en este caso, en los ámbitos de la seguridad pública y de aplicación de la ley. ¿Qué nos ha traído a este ambiente de zozobra? Un sinnúmero de factores que no vienen al caso detallarlos. Bien sabemos las ecuatorianas y ecuatorianos qué ha causado esta acefalía institucional, en gran medida, ahondada por la indolencia de las autoridades gubernamentales que van a la deriva, ante la mediocre respuesta de la cabeza principal en la toma de decisiones de trascendencia nacional. La languidez y miopía lassista lesiona el cimiento de la República. Tras los secuestros, asaltos, atentados, extorsiones y asesinatos, el régimen debió tener -por lo menos- un mínimo gesto de sintonía con la población, esto es, mayor firmeza en sus determinaciones, exigiendo la renuncia inmediata de varios colaboradores, entre ellos, del ministro del Interior, Juan Zapata. Pero, al contrario, con la acostumbrada actitud blandengue hoy golpea las puertas a los Estados Unidos, en una desesperada boya de salvación con el FBI, confirmando que nuestras fuerzas del orden (llámense Policía Nacional) no están a la altura del actual momento caótico.   

En medio de este accidentado proceso electoral (entre indignación e incertidumbre iremos a las urnas), la clase política debe entender el clamor de la gente. Y propiciar canales de consenso común, respetando las divergencias. La retórica del odio exacerbado sólo profundiza más las crisis, que es aprovechada por la criminalidad y el narcotráfico. 

Ecuador (considerado por Miguel Donoso Pareja como esquizofrénico, partido, escindido mental y emocionalmente) se desangra, se nos va de las manos. Un país que no tiene paz, no es país. (O)