Pluralidad identitaria

Aníbal Fernando Bonilla

¿A qué nos referimos con el término identidad? A los rasgos propios. A las costumbres y tradiciones. A los hábitos comunes. A la querencia por lo cercano. A la aproximación telúrica (que incluye el entorno paisajístico). A los sentires, pasiones y sabores (la exquisitez gastronómica). A lo culto y a lo popular. A la amalgama histórica que clama por señalamientos tangibles, en medio de la imbricación etérea del ser. La identidad es inmanente al hombre como su creación misma. Tan cercana y a la vez tan distante. Una proyección que discurre entre interrogantes y cuestionamientos, para alcanzar certidumbres. 

Esa carga histórica -amalgama decía- es determinante para la configuración identitaria. Desde luego, la conquista y colonización española marcó pautas en el camino indoafrohispánoamericano. Como sentenció Carlos Fuentes: “La pluralidad de las culturas del mundo, organizadas como presencias válidas en un mundo multipolar, es la mejor garantía de que tendremos un futuro. La América indoafroibérica será una de las voces de este color multipolar. Su cultura es antigua, articulada, pluralista, moderna. Iberoamérica es un área policultural cuya misión es completar el mundo”. He ahí la respuesta sobre la prospectiva sugerida.

No obstante, esa mirada ciertamente optimista -en donde la heterogeneidad se encauza en el amplio río de la interculturalidad- no ha sido gratuita. En el camino como signo tortuoso se dio la invasión en donde afloró la violencia e ignominia. Y el choque de contrarios, en donde antes que el encuentro hubo el desencuentro. Tal itinerario -de convivencias disímiles, pero estratégicamente necesarias- del pretérito tuvo sobre todo el registro oficial visto por ojos eurocéntricos, cuya verdad se ha ido enmarcando entre significaciones y resignificaciones. (O)