Las expresiones del alcalde de Nueva York, Eric Adams, no deben pasar desapercibidas en el Ecuador, concretamente en Azuay y Cañar, cuyos habitantes persisten en ir a los Estados Unidos en calidad de ilegales.
La inmigración masiva “va a destruir Nueva York” ha dicho Adams, y ha pedido al gobierno federal “mayor implicación para controlar el flujo migratorio”.
En 2022 esa autoridad decretó el estado de emergencia por el arribo de miles de indocumentados, alrededor de diez mil cada mes.
En busca del “sueño americano” llegan hombres, mujeres y niños no solo de América del Sur, América Central, sino hasta de África, ayudados por traficantes de seres humanos, uno de los negocios más rentables de la ilegalidad.
Actualmente, unos 60 mil inmigrantes están bajo cuidado de las autoridades neoyorquinas, incluyendo más de 20 mil niños. Esto constituye una bomba de tiempo para esa gran metrópoli. Por orden judicial deben darles albergue, comida, educación, entre otras asistencias.
Los han ubicado en hoteles, en carpas instaladas en campos de fútbol, en antiguas escuelas y gimnasios; pero la situación se ha tornado insostenible, inclusive desde el punto de vista económico, y por eso el reclamo al gobierno federal.
El objetivo de quienes emigran a Estados Unidos es trabajar. Para eso se endeudan. Ponen en riesgo sus vidas, y mucho más si llevan consigo a hijos pequeños, como lo demuestra el cruce por la selva del Darién, donde la muerte acecha, amén de violaciones, robos y chantajes.
Sin embargo, las fuentes de trabajo escasean, los ingresos son bajos, los indocumentados llenan los espacios públicos para ser contratados, una aspiración siempre esquiva. Un panorama desalentador.
Ojalá no haya ecuatorianos entre los miles de albergados y sin oportunidad. Ojalá no formen parte de quienes, como denuncia Eric Adams, podrían hacer “explotar” Nueva York, no en términos de destrucción sino de rebasar su capacidad de albergue y comida.