Periodista, diplomático y escritor, Rubén Astudillo y Astudillo fue, en palabras de Jorge Dávila Vázquez, “no solo el poeta absoluto de su grupo generacional en su ciudad, y uno de los mayores del Ecuador, desde su siempre joven Canción para lobos (1963) y sus palpitantes Elegías de la carne (1968), hasta el insondable Pozo y los paraísos (1969), la oscura Larga noche de los lobos (1973) o la jubilosa Celebración de los instantes (1993), que contiene sus bellos textos escritos en China”.
Astudillo declara “vengo desde el Octavo Día, cuando creamos a Dios sobre el arcilla y pusimos esta noción del tiempo sobre el tacto”, canta “arrastrados por el miedo (…) Cuánto debes sufrir en tu abandono (…) yo te llamará amigo, es la única palabra con que puedo zurcirte los pedazos que restas (…) Más vale que no mueras otra vez ni que vengas”, Dios es motivo fundamental, su negación y búsqueda dan pie a profundos diálogos que nos convidan sorbos de una teosófica comunión del hombre en su búsqueda interior.
La identidad se expresa desde la añoranza de la tierra idealizada en el recuerdo que augura el regreso, “al sur de tus colinas se halla la patria que amo; y cuando te desnudo surgen desde tu boca los ríos de mi pueblo”; ya que “aun con la certeza de que un día vamos a volver de nuevo sobre la tierra, el negro es como un trago apasionado de sucesivas despedidas. Y finales (…) en la montaña todo es mágico. El cielo. La eternidad. Los ejes de los círculos del mundo / del retorno. La Muerte. Y el hombre”
Mi abuela es Ítaca, “cada palabra tuya crece como una lluvia de ríos y me baña las playas de la sangre (…) no has rezado en vano luna mía (…) Hoy sé dónde está Dios y cómo amarle (…) A dónde voy, conmigo va cantando mi pueblo”, madre, vasija, tierra…
En enero de 2003, de la era vulgar, Rubén Astudillo y Astudillo partió, desde El Valle de Cuenca hacia el oriente eterno, contamos dos décadas de la partida de una de las más brillantes páginas de las letras de nuestra Cuenca. (O)