¿Rendir cuentas o exigirles cuentas? No es lo mismo.
Al calor novelero de la Constitución de Montecristi se hizo constar la obligación de las autoridades de elección popular a rendir cuentas ante sus mandantes; igual a otros altos funcionarios del Estado.
La desmemoria colectiva, uno de los males incurables de los ecuatorianos, ya no recordará los fastuosos ceremoniales para rendir cuentas. Costaban miles de dólares y terminaban en juerga.
Alcaldes, prefectos, asambleístas, concejales, miembros de las juntas parroquiales rurales, u otros funcionarios, por lo general de control, micrófono en mano leen su respectiva rendición de cuentas ante un auditorio copado por sus partidarios y más adláteres de turno. Su rol es aplaudirlos.
Posiblemente ni siquiera los redacten; peor, si guardarán relación con los planes de trabajo presentados cuando candidatos en el CNE, otra novelería sin fondo ni trasfondo.
Muchos, en plan mediático, disponen a sus subalternos hacerles una “agenda de medios”, con lo cual van de medio en medio – hablamos de medios de comunicación – recitando sus cuentas a una audiencia desprovista de información para sopesarlas, confrontarlas, y, a lo mejor, sin ningún interés; o son “entrevistados” por la inexperiencia, el amiguismo y acaso por el desconocimiento.
En estos días, varios asambleístas regresan a “sus territorios” para “rendir cuentas”, cuyos textos los suben a sus redes sociales en busca de un “me gusta”, “me encanta”, o el comentario de sus fans.
Sí, como si el pueblo no supiera de sus comportamientos, de los intereses por los cuales hasta pierden la vergüenza, de estar al lado de los corruptos; o también de no dar señales de si van o no a sus curules, o de si existen como asambleístas.
Un auténtico ejercicio de ciudadanía, de no asomar únicamente en elecciones, llevaría a pedirles cuentas, a “tomarlos la lección” mirándolos a los ojos a todos los elegidos en las urnas. No al contrario. Asoma como farsa.