‘Basta con vivir para ver’, reza un viejo adagio. He vivido bastante. He visto otro tanto. Los ojos captan instantes que nuestra mente los procesa y que forman parte de nuestro bagaje personal. El tiempo es efímero y lo dejamos correr, lo desperdiciamos, pensando que la prisa es infundada. La oscuridad nos cerca.
A jóvenes y viejos nos ha tocado vivir una época por demás interesante. A los jóvenes con la alegría y el optimismo de todo principiante y a los viejos con un cierto sabor a que se nos acaba el tiempo. Hasta aquí todo es normal, siempre fue así, el contraste entre las implicaciones de las vidas jóvenes y aquella de los ancianos sigue siendo en buena parte el mismo; sin embargo, en estos meses y años el mundo asiste a un nuevo modelo de comportamiento, desconocido hasta ahora. Permítanme unas divagaciones necesarias para entender las circunstancias. Tengo en mi mente tres grupos claramente establecidos: quienes aún no alcanzan los treinta años de vida; quienes están por cumplir los sesenta y los demás.
Estos grupos humanos, grosso modo, tienen historias diferentes qué contar y aspiraciones diversas.
De los treinta años para arriba la suerte está echada. Qué hicimos y que están haciendo los más jóvenes aún cae en el campo de lo racional y pertinente, existen ideales y metas en cuaderno y los más ponen en práctica historias escuchadas e imitan valores vividos. Podemos decir que quienes nacieron o nazcan de este grupo humano entienden su razón de ser y existir sobre el planeta. Mi preocupación, que aspiro sea también la de aquellos que manejan el devenir nacional, es saber qué está pasando hoy a la niñez, adolescencia y juventud ecuatorianas. Quiero apartar de este juicio de valor a quienes se educan en instituciones particulares porque de una u otra forma, aunque también con serios contratiempos, se alcanzan metas y se busca una mayor coherencia en la formación de la niñez y juventud.
Me duele el derrumbe de caminos y metas por alcanzar. Hoy se idolatra la mentira, la grosería es motivo de broma, la injuria la tenemos a flor de labios y los llamados valores morales empiezan a esfumarse. Alguien dijo que ‘la ignorancia es el combustible del populismo´: una gran verdad. Los modernos instrumentos de comunicación social, en parte, se alimentan de groserías y engaños. ¿Callejón sin salida? (O)