En política es difícil practicar la coherencia, mucho peor si ideológicamente se es vacuo, o los pocos principios son débiles, aunque por serlos no deberían considerarse como tales.
Un buen político demuestra personalidad, liderazgo, brinda confianza, tiene poder de convocatoria, cuando pone en práctica cuanto pregona y se pone al frente para dar ejemplo. Si es posible se sacrifica para lograr el bien común, la consecución de objetivos bien definidos y fijar metas a futuro.
Ser coherente le lleva, si es el caso, a corregir errores, a luchar consigo mismo ante el impulso de tomar decisiones impropias, de pronto movidas por la vanidad, por creerse dueño del poder, por asomar como popular y, lo peor, para ponerse por encima de sus opositores, de la visión ciudadana contraria a sus ideas.
En ese contexto no se puede, como ocurre con el alcalde de Cuenca, por un lado, exigir a la población la necesidad imperiosa de ahorrar el agua potable en estos tiempos de sequía extrema, la causa principal de los apagones, incluso con la clara advertencia de racionar el servicio.
Y, por otro, anunciar el encendido de un árbol navideño gigante y otros elementos alusivos a la fiesta popular, así sea usando los contaminantes generadores de electricidad y luces led, más el argumento de garantizar dizque millonarios ingresos para el turismo, como habría ocurrido con otros programas financiados para dar música y fiesta al pueblo.
Las redes sociales se han encargado de demostrarle al alcalde cuan equivocado está. Otros le aplauden.
Dependiendo del credo religioso, nadie puede estar en contra del espíritu navideño, actualmente medio tergiversado y llevado a la fastuosidad, cuando no, opacado por el consumismo.
No se trata del encendido mismo del árbol gigante. Para algunos se trataría de algo baladí hacer este tipo de cuestionamientos.
Se trata, sí, el de exigir coherencia, algo poco dable en políticos duales.