Ritmos, rimas y magia de villancicos definen el paisaje sonoro de nuestra ciudad los días de Navidad, caracterizados por los pases del niño que, bajo su hechizo y cadencia, desde el primer Domingo de Adviento hasta el Martes de Carnaval, avivan la fe y dinamizan la celebración religiosa popular, por las calles, parques y avenidas de la ciudad, llegando a su máximo esplendor en “El Pase del Niño Viajero” del 24 de diciembre.
Entre lo religioso y lo profano, los mismos versos en tonos del Niño que entonaron nuestros taitas, seguimos oyendo ahora, nos recuerda José Luis Crespo al prologar, Música tradicional ecuatoriana permanencia y transformación, de Jannet Alvarado Delgado. Es que, los villancicos siendo universales, en nuestra ciudad evolucionaron con genuina identidad como resultado de un largo proceso de sinergismo cultural, en los “Tonos del Niño Cuencanos”, expresión musical navideña del Siglo XIX -practicados en órganos de tubo, harmonios y coros-, generalmente transmitidos por los maestros de capilla, virtuosos artistas, anónimos muchos de ellos, que nos dejaron un riquísimo legado en sus apuntes de partituras manuscritas, como el “Cuaderno de cantos al Niño Dios” de José María Rodríguez, material rescatado y puesto en valor por la musicóloga cuencana Janet Alvarado Delgado. Parte de este rico patrimonio musical está plasmado en unos discos que, de algunos años acá, acompañan mis navidades como de muchísimos cuencanos: “Tonos del Niño Cuencanos Siglo XIX”, interpretados por Sandra Argudo y Juan Carlos Cerna con Janet Alvarado al piano, y; “Tonos del Niño y Villancicos del Azuay y Cañar” cantados por Vanesa Freire, con Janet Alvarado al piano y Carlos Freire Soria con instrumentos andinos.
El villancico cuencano, como analiza Jannet Alvarado Delgado en su libro La “Música tradicional ecuatoriana permanencia y transformación”, es el resultado de la fusión de sonoridades indígenas y occidentales, en la medida que se enriquece de las “experiencias sonoras indígenas, en relación con el sincretismo religioso y estilístico hispano y nativos que dan lugar a los tonos del niño”, ritmos y rimas presentes en la memoria colectiva, configurando un fidedigno paisaje sonoro, que otorga identidad musical al “Pase del Niño Viajero”. (O)