Escribo este artículo a poco de los resultados electorales. Aunque, su eje temático antes que girar en la apuesta sobre el desenlace de los escrutinios, en sí, se enmarca en la conducta de los actores políticos, militantes y ciudadanía en general, propiciada a lo largo de la campaña. Por un lado, la apatía y escepticismo reinante en buena parte de la gente. Prima la desconfianza al político. La repulsa al partido o movimiento. El desinterés por detenerse en la reflexión de las propuestas presentadas en torno a los ámbitos de desempeño: ejecutivo y legislativo. Menos al debate programático. Hay otras prioridades, sin duda. Otras necesidades apremiantes. Como el rebusque del pan del día. O, la preocupación por abrigo y techo a los hijos. Al igual, que la manera de solventar la educación o la compra de medicamentos. Esto, en medio del desempleo cada vez más creciente, de la delincuencia imparable, de la emigración gradual de compatriotas, de la suma de incógnitas respecto del brumoso futuro, del tedio que provoca el fracaso. Porque lo que se percibe es una especie de decepción colectiva, de desazón ante una democracia que no da respuestas tangibles a las dificultades acuciantes de la población. Y se enmaraña en sus propios tentáculos. Aunque la democracia no es el problema, como tal, sino aquellos sujetos que intentan protagonizar -en su nombre- los episodios más indignos en donde se funde el cinismo, el latrocinio y la mediocridad. Todo junto. Como un cóctel a punto de explotar. Con figuritas de la farándula como asambleístas. O con imberbes oligarcas pretendiendo extender su legado hacendatario a la administración pública, tan compleja a la hora de asumir responsabilidades y disponer de la conducción del destino patrio; ejercicio de altruismo y honor.
El Ecuador de hoy se fragmenta entre odios y resentimientos. Con una retórica incendiaria que no da tregua para alcanzar visos elementales de unidad nacional. Y, lamentablemente con miradas reduccionistas que nos devuelven al pasado clasista y racista. Ya que, lo que en definitiva está en disputa es la lucha inquebrantable por reducir las desigualdades sociales. Y eso no se escuchó en algunas candidaturas, ya que tuvieron mayor interés banal en grabar videos y aparecer en el Tik Tok, al ritmo de la canción de moda. (O)