Hace poco disfrutamos de uno de los feriados más esperados, El Carnaval, agua y espuma; dulces de higo, leche, durazno y pancito de la época; mote pata y un traguito; caracterizaciones únicas de estos días que sin familia y amigos no serían nada.
Conforme crece la familia hay seres queridos que ya no están y su ausencia se siente, las delicias de la cocina no son las mismas pues aquellos secretos se fueron con ellos; el toque de alegría y buen humor también se recuerda y lo que nos queda es regresar en el tiempo a través de recuerdos imposibles de olvidar y contar esas memorias a los pequeños de casa.
Más allá de una festividad está el vivir entre risas y carcajadas lo que alguien años atrás inculcó en nosotros, un espíritu de gran compartir porque solo ellos tenían aquel liderazgo que a voz de mando congregaba la presencia de todos.
Todos “metían mano” ya sea en la cocina, en la puesta de la mesa, en la selección de la cumbia y las posteriores rolas de guitarra al caer la noche, en las jarras de canelazo y en la servida de uno en uno, solo los guambras se libraban de aquel preparado preciso para coger calor antes o después del ataque… Como no reconocer al encargado del agua porque “la agüita de carnaval no hace daño”, creo que en algún momento de ese gran compartir, aquel tenía una gran responsabilidad, ya sea del grifo o de un estanque el agua era la provisión más importante pues el juego no tenía hora ni forma de inicio.
Había los otros, lo que no juegan, los que desde la ventana miraban y escuchaban los gritos y carreras de quienes entre polvos y menjurjes dan vida al carnaval, ellos eran el refugio de los soldados acuáticos, pues siempre tuvieron lista una toalla, un mote pata calientito y un “unito pal frío”.
¡Qué bonito es carnaval! (O)