La moral ha sido a lo largo de la historia como un faro que orienta el comportamiento humano, marcando el límite entre lo correcto y lo incorrecto, lo verdadero y lo faso. Es la estrella que Dios ha dado a sus creaturas para iluminar su existencia. Sin embargo hoy, este faro parece estar atenuándose. El debilitamiento de las normas y valores que alguna vez cimentaron nuestra convivencia se advierte por doquier. A este fenómeno preocupante lo denomino «moral desvanecida»
La pérdida de la brújula moral se manifiesta en una serie de síntomas alarmantes: la falta de respeto por la autoridad y las instituciones, el incremento de la corrupción, la erosión de la empatía y la prevalencia de actitudes violentas. En este contexto, las personas se ven despojadas de un marco ético claro, lo que fomenta una percepción de impunidad y alimenta la fragmentación social. Sin normas que establecen límites y prometen el respeto mutuo, prevalece la idea de que «todo vale», y con ello crece la desconexión entre las personas.
Este declive no surge de la nada. Es el producto de múltiples factores que interactúan de forma compleja. En primer lugar, la ausencia de líderes que actúan como modelos éticos genera un vacío de referencia que deja a las personas sin ejemplos positivos a seguir. También la cultura mediática y de consumo que fomenta la superficialidad y relativiza los valores fundamentales, contribuye a la confusión moral. A ello se suma la falta de educación en principios éticos, cívicos y religiosos, lo que impide que las nuevas generaciones desarrollen una conciencia sólida sobre lo que significa actuar con responsabilidad, integridad y empatía.
La corrupción y la impunidad, presentes tanto en las instituciones como en la sociedad en general, también hacen lo suyo. Cuando no existen consecuencias claras para las acciones deshonestas, el mensaje implícito es que los valores y principios pueden ser ignorados en aras de intereses personales o ventajas inmediatas. Esta dinámica perpetúa un ciclo de desconfianza y alienación que socava la cohesión social.
Sin embargo, la moral desvanecida no ha de verse como un destino ineludible. No hay que dejarse vencer sino mantener el optimismo. El reto está en redescubrir el tejido ético que nos une como sociedad. En ello radica la esperanza de construir un futuro donde la dignidad humana sea el eje central, trascendiendo intereses individuales y recuperando la esencia de nuestra humanidad compartida. CUARESMA es un buen tiempo para reflexionar y comprometernos a ello. (O)