La vida es frágil. No obstante, en esa fragilidad hemos construido el sueño de lo persistente y de lo infinito. No se trata solo de aquellas categorías que no cambian y que contienen la verdad. El mundo se sostiene en la ficción de la eternidad. Bastaría que reconociéramos nuestra fragilidad y finitud como lo dijo Bukowski, para que todos nos abrazáramos solidariamente. Quizá ese sutil cambio de mirada, de lo eterno a lo efímero, nos permitiría apreciar y disfrutar mejor la vida. Pero no solo en términos individuales y subjetivos, sabiendo que vamos a morir, sino en términos colectivos, sabiendo que todos los vamos a hacer, y que además somos ontológicamente frágiles. También el aparecimiento del cuidado. Si cuidamos lo que puede romperse de manera irreparable, cómo no íbamos a cuidarnos a nosotros mismos, y más aún, lo que hace que seamos nosotros mismos, es decir nuestro mundo. Nadie existe en soledad. La existencia inaugura un colectivo. La fórmula no es pienso, luego existo. Porque de hecho existen otros que me cuidan para que exista y luego piense. Al parecer perdimos humanidad en la civilización. La razón solipsista generó monstruos metafísicos. Mentiras que distorsionan la realidad para salvarnos del profundo temor que causa la inmodificable naturaleza de nuestra fragilidad. (O)
Dr. Sebastián Endara
Ph.D. Quito, 1978. Ensayista, poeta, docente universitario. Especialista en Pedagogía política y pensamiento social. Editor en Jefe de las revistas científicas de la Universidad Católica de Cuenca.
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