Apenas transcurrieron unas horas de la muerte de nuestra madre y los cuatro hermanos en el más respetuoso silencio, esperábamos que el fuego convierta en cenizas sus despojos. Mientras el fuego crepitante cumplía su trabajo, en silencio, abrazados y envueltos en lágrimas, esperábamos pacientes. Habíamos ido ya al cementerio y cumplimos con los requisitos de ley, para exhumar de un nicho familiar, la cajita de cenizas de nuestro padre que esperaba ya un tiempo, para juntar sus cenizas con las de mi madre.
Juntas ya las cenizas, empezamos a subir en busca de un altar fantástico, donde decidimos que deberían estar juntos los dos en un matrimonio eterno. No demoramos mucho y los páramos y lagunas de las Quimsacochas, nos recibían pacientes, bellas y silenciosas, tan solo perturbadas por un chillido de algún curiquingue que se bañaba en sus orillas plateadas. Derramamos los dos puñados de cálidos y maravillosos restos de nuestros padres sobre el espejo del agua y una especie de milagro juntó todo en una mancha de prodigio. Al poco tiempo una parte de las cenizas navegaban por un prístino arroyuelo en busca de regatos que en larga pendiente llegarían al rio Paute, que enamorado iría también, en fantástico viaje, en busca del gran Amazonas para unirse con sales del Atlántico. Por otro lado, las cenizas se precipitaron entre arroyos en busca del Rio Jubones, quien, en magnánima entrega, saciaría la sed del trópico y grandes bananeras y cultivos, para ya cansado, terminar en el océano pacifico. Humedales, regatos, ríos y dos Océanos. Que increíble.
Los hermanos cumplimos lo decidido. Liberamos las alas y recuerdos de nuestros brillantes padres en el altar más maravilloso de los páramos de Cuenca. Ellos vivirán por siempre en un reciclaje sin fin. Del arroyo cantarín y de los grandes ríos, se elevarán buscando cielos y en las nubes tendrán sus vacaciones, para una tarde en medio de truenos y destellos, volver a caer en la oliscosa tierra para saciar la sed de plantas, animales y la misma nuestra.
Esta, nuestra decisión de respeto para quienes nos hicieron, es frecuente conducta de familias cuencanas que prefieren un espléndido y monumental altar de humedales y de lluvia y no una tumba fría olvidada y llena de telarañas de los tiempos y el olvido, para tener los restos de sus seres queridos. No nos interesa el oro, No necesitamos llenarnos de un metal brillante y maleable perdición del hombre y recibir a cambio, pócimas de arsénico venenoso. (O)